La barbarie

Tomás Álvarez
20/05/2020
 Actualizado a 20/05/2020
Algunos soñadores han dicho que la Pandemia estaba sacando lo mejor de la todos nosotros. En un arranque de entusiasmo llegaron a proclamar un eslogan infundado ‘Todos somos mejores, ya’.

Sin embargo, mi visión no coincide con ese optimismo porque percibo en el acontecer diario el rumor de la barbarie; un rumor, por otra parte, que suele arreciar siempre en los momentos de crisis de nuestra sociedad.

No es alarmismo. En nuestra sociedad aparentemente tranquila, democrática, civilizada, está la semilla de la barbarie. No tenemos que volver la vista muy lejos para verlo. El mejor ejemplo del siglo XX nos los dio el surgimiento de un mesías racista llamado Hitler, que, entre otras lindezas, asesinó a millones de seres humanos en los hornos malditos de los campos de concentración centroeuropeos.

Confieso que aún pervive en mi memoria el horror sentido en Auschwitz. Acababa de llegar a la veintena, cuando contemplé las instalaciones del campo de exterminio, las cámaras de muerte, los montones de botas y zapatos de los infortunados, o los tejidos elaborados reaprovechando una siniestra materia prima: los cabellos de los muertos en las cámaras de gas.

Habito en un apacible lugar con poco más de un centenar de habitantes, donde los rostros –sin máscaras– nos permiten ver la sonrisa del vecino; y donde los paseos empapan de vida y primavera los sentidos; pero lo que llega ante mis ojos cuando consulto internet o veo los mal llamados Informativos de televisión me llena de temores.

Nuestra sociedad pasa por un momento de crisis total, y esta pandemia no viene sino a recordar las debilidades del sistema y augura cambios en los modos de vida, en las relaciones de poder entre los países, en la relación entre el hombre y la naturaleza.

Estamos inmersos en algo peor que una simple crisis sanitaria. Hay crisis climática, energética, de los modelos y bloques políticos… y en este difícil momento se perciben los atavismos de la barbarie, la insolidaridad, el uso de la mentira, la falta de grandeza, la utilización miserable del drama sanitario para medrar en la lucha política…

A veces, al examinar la postura de importantes dirigentes, siento un estremecimiento al ver cómo algunos de ellos parecen dispuestos a aplacar a un nuevo Dios, el Beneficio, mediante los sacrificios humanos. Igual que en las antiguas sociedades, se está recurriendo al sacrificio del hombre en aras del nuevo ídolo.

Recién llegada peste del Coronavirus 19 a Europa, surgieron voces en los Países Bajos, advirtiendo que no habría que gastar esfuerzos ni dineros para enviar al hospital a los viejos, porque muchos de ellos iban a perder la vida de cualquier manera. Se condenaba así a todos los mayores al abandono, sin excepción… Y de paso se criticaba a Italia y España que estaban atendiendo indiscriminadamente a toda la población. Se condenaba a los países por su ética, su generosidad, por emplear recursos en el cuidado de los ancianos y débiles.

Creí que aquella filosofía filonazi era un caso aislado, pero esa mentalidad ha aflorado en líderes claves en el mundo actual, como el premier británico, Boris Jonhson, quien, en la primera quincena de marzo anunció que el proceso actual sería doloroso, moriría mucha gente, pero no se iban a tomar medidas de ninguna clase porque lo esencial era «la economía del país». El drama de su propio país le ha forzado a cambiar la directriz inicial

Postulados similares ha mostrado el genial Trump, quien ante los periodistas de la Casa Blanca sugería que era bueno tomar desinfectantes para matar el virus. Para Trump y los sectores más ultraderechistas de EE UU lo importante es acabar con los confinamientos, pese al costo dramático adicional de decenas de miles de muertos. La economía, primero.

Como persona nacida en España, me duele que esas tesis estén en la cabeza de los dirigentes de la derecha de este país que –lejos de una mirada humanística o cristiana– piden reactivación ya, aún a costa de que se agrave de inmediato la cifra de los millares muertos. Para ellos, lo importante es también la economía, no los muertos.

Nuestros antepasados, cuando llegaron a América, se horrorizaron al conocer cómo en las culturas indígenas se sacrificaban los seres humanos a los Dioses como ofrenda para pedir beneficios. Los incas sacrificaban seres humanos al dios creador, Viracocha, y en México, Tenochtitlán, al dios Sol, Huitzilopochtli.

En la semana que acaba, hemos visto cómo el dirigente del principal partido de la derecha, Pablo Casado, trabajó denodadamente interrumpir el Estado de Alerta, y la dirigente de la Comunidad de Madrid, intentó forzar la ‘desescalada’ en Madrid, el foco principal de esta peste en España, pese a la opinión contraria de los expertos e incluso de la propia directora de Salud de la comunidad, que tuvo que dimitir.

Los muertos importan poco… habrá que sacrificarlos para obtener el mayor beneficio económico. Lo dejó claro la propia Presidenta de la Comunidad de Madrid cuando aludió que había dudado entre el mantenimiento de la actitud prudente que pedían las autoridades sanitarias o la desescalada, pero que al final optó –dijo– «por la economía».

En esta crisis, el comportamiento de la generalidad de los españoles está mostrando más grandeza que ciertos líderes. Debemos tomar nota de ellos, y recordar que sin sentido ético no hay capacidad para el ejercicio del poder político.
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