15/01/2017
 Actualizado a 18/09/2019
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La Federación de Gremios de Editores ha presentado el informe La lectura en España 2017, cuyas versiones anteriores datan de 2002 y 2008. Aún no podemos valorarlo en su totalidad, porque las editoriales han decidido publicarlo en Internet por entregas a lo largo de los próximos meses, igual que los novelones del XIX, pero sí se conocen ya algunos datos, como que casi el 40% de los españoles afirma no leer ni un solo libro al año, y que más de un 30% lee menos de dos. El dato coincide, más o menos, con el del informe del CIS de 2015, que recoge que más del 50% de la población española había leído entre cero y dos libros en los doce meses anteriores.

Es difícil no relacionar estas cifras con anécdotas televisivas recientes que ponen de manifiesto el acervo cultural de los españoles de la posmodernidad, desde la inquilina de Gran Hermano que definió el Muro de Berlín como una pared que se había construido en América para separar a ricos y a pobres, hasta el becario de La Sexta que escribió Vayadolid en la pantalla, pasando por los contrincantes de un concurso de preguntas y respuestas incapaces de identificar «un conflicto social, bélico y político, que sucedió en el siglo XX, relacionado con La Pasionaria y que dio paso a una dictadura».

Da la sensación, por tanto, de que formamos parte de una sociedad alarmantemente pobre en recursos intelectuales, y por ello esencialmente manipulable. Y diga lo que diga el informe Pisa, por el que hace pocas semanas se felicitaban políticos y sindicatos de profesores, me temo que la realidad, la de «la gente de la calle» que diría Pablo Iglesias, es que la generación que ahora ronda los 20 años, más o menos la edad de los protagonistas de las anteriores peripecias televisivas, es más inculta, en general, que la de sus padres, y bastante más que la de sus abuelos. Otro éxito del sistema del 78.

Y sin embargo, en esta ciudad tan poco halagüeña para el emprendimiento, hay osados que prosperan en aventuras editoriales como la de Héctor Escobar con Eolas Ediciones, o la de Alejandro Díez Garín con Ediciones Chelsea, y numerosas librerías de altísima calidad que sortean el temporal –más del 20% han cerrado desde 2007 según el informe de las editoriales – luchando contra la elevadísima presión fiscal y la competencia de las grandes superficies.

«La lectura es para mí algo así como la barandilla en los balcones», dijo Nuria Espert, y quizá España sea cada vez eso, un balcón sin barandilla, o más bien lleno de gente sin ganas de apoyarse en ella para mirar al horizonte.
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