31/05/2020
 Actualizado a 31/05/2020
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A raíz de las últimas concentraciones contra el Gobierno, celebradas el pasado sábado en Madrid y en otras ciudades como León –recuérdese el matiz de algunos medios ‘avanzados’ que indicaron ‘capitales de provincia’– la izquierda mediática y política se rasgó las vestiduras por el número de banderas españolas que, bien ataviando los vehículos o bien llevándolas en la mano, exhibían los asistentes. Las protestas de los progres contra los fachas se han debido oír hasta en Moscú. O, incluso, hasta en la misma Caracas. ¡Menudo griterío!

Pero hay otra historia –y no tan lejana– con esto de la bandera. Y muy clarificadora. Maldita hemeroteca, sí. Pedro Sánchez en su presentación, en Cataluña, como candidato a la Presidencia –le acompañaba su mujer en clara parafernalia imitadora del estilo americano– señaló, y es textual, que «el PSOE sienta esta bandera (la de España) como propia». Al fondo del escenario, cerrándolo, se veía una enseña roja y gualda de grandes dimensiones. Corría junio de 2015. Algo insólito conociendo el paño, señoría.

Sin embargo, pronto llegaron las críticas de los de ‘casa’. Pérez Tapias, líder de la corriente de opinión Izquierda Socialista –abandonaría el partido a principios de 2018– pontificó que aquello era «un abuso y una sobreactuación». Por su parte, el rapado Odón Elorza –antes alcalde de San Sebastián y desde 2011 diputado nacional– no le fue a la zaga en apuntalar la desaprobación: «pantallazo de la bandera en vez de una roja con complicidad de izquierdas».

En septiembre de 2019, cuatro años después, Sánchez volvió a hacerlo. De nuevo se arropó con una bandera española, y un periódico digital –de los que se autoproclaman reformistas (a la remanguillé) y esas cosas– tituló la información del acto de esta guisa: ‘Sánchez lanza la precampaña del PSOE izando una bandera de lo público (sic) para disputar a la derecha la palabra España’. ¿Bandera nacional o de lo público? Estaba más que claro. La enseña quedó arrumbada.

Ahora, Podemos y sus adláteres encabezados por Echenique, el de la minga que tenía sustancia, se enfadan con lo del símbolo –¡cuánto patriotismo!– y denuncian su uso ‘abusivo’ –acusan de que es apropiación– por parte de los fachas y los recuelos del franquismo. De la ‘derechona’. Y lo manifiestan quienes se han posicionado para que la quema de la bandera no sea delito y que la grosería de injuriar al Rey se legalice. Injuriar, no criticar. Mientras, anteponen la tricolor republicana o la monocolor soviética, sin despreciar, tampoco, la infectada chavista de ocho estrellas. Lo adelantó Pablo Iglesias con desparpajo: «Yo no puedo decir España, ni enarbolar la bandera española». Y no le dio ni la tos. Ni un carraspeo.
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