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La artificialidad

13/02/2019
 Actualizado a 18/09/2019
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Me hubiera gustado mucho estar en ese autobús que el domingo salió de León para ir a defender la unidad de España en Madrid. No sería la primera vez que viajo en bus con una bandera de España atada al cuello, cantando ese ¡Viva España! que tan bien queda cuando de defender nuestra patria se trata. Claro está que se hace mejor cuando hay un peligro real, visible, que puede echar a perder en lo que durante años, durante generaciones, se ha trabajado codo con codo con miles de personas para lograrlo. Como cuando fui a Viena, Innsbruck o Toulouse, en donde mi país, el de todos, debía luchar por ser el mejor de Europa. Por eso me hubiera gustado ir en ese bus, para saber qué es realmente lo que se jugaban esos leoneses que viajaron a la capital de España, España, España... Los imagino cantando el himno acompasando su ritmo al de los botes al atravesar la provincia por la A-66, rezando para que pronto llegaran a suelo madrileño no sea que les diera algún susto y tuvieran que parar para ir al médico, que ya sabemos que en Castilla y León no sobran precisamente. En ese autobús, de haber ido (y no como los aficionados del Cádiz, que merecen toda mi admiración), iría repasando la geografía española, como si fuera un escolar horas antes del examen. Me quedaría claro que Gerona, Lérida, Tarragona y Barcelona forman parte (aún) del país, pero también que cada vez son menos los profesores que hay en la provincia, y que cada vez es más difícil encontrar a un maestro o un médico que esté satisfecho en cómo se trabaja en su tierra. También podría entender así que el verdadero problema de este país no es la falta de trabajo, las exiguas pensiones, el maltrato continuo a los autónomos (o emprendedores, según toque llamarlos), acabar con la violencia machista o una asistencia real al dependiente. No, el verdadero problema es la artificialidad.
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