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La arrumbada fiesta de la Aparición

05/02/2020
 Actualizado a 05/02/2020
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Cuando se pierden las raíces se pierde la identidad. Indiscutible. Y eso –la perversa sucesión de carencias que se vienen produciendo a lo largo del calendario– es algo que está ocurriendo en la capital leonesa con una serie de celebraciones menores dado el entorno, que, en épocas no tan alejadas, daba fuste a la ciudad. Pequeñas festividades que se disfrutaban a caballo entre lo religioso y lo popular, pero que hacían de los barrios –que de eso se trata– enclaves costumbristas con un encanto especial.

Tiempos atrás, barriadas clásicas como Santa Ana, San Martín, el Mercado, Santa Marina la Real… en fin, las más destacadas o, al menos, las más conocidas, cuidaban sus fiestas ‘patronales’ como un tesoro. Las alimentaban durante el año. Los ‘mozos’ –que así se les denominaba a los jóvenes residenciados en cada uno de ellos– eran parte activa e inexcusable en la organización del jolgorio. Del programa vecinal. Gente comprometida con su entorno –con su barrio– por convencimiento y cariño.

Cierto es que, si acaso, se hacía necesaria la colaboración económica de los industriales y los comerciantes radicados en los límites administrativos de la parroquia –germen de los barrios– con el fin de que las verbenas, fundamentalmente, tuviesen un protagonismo único. Y todo el mundo, en función de sus posibilidades, arrimaba el hombro porque sí. No había contraprestación. Como vecinos, se sentían parte activa. De toda esta intendencia graciable y dispositiva ¡qué lástima! apenas si queda un recuerdo en la memoria colectiva. Quizá, ni siquiera una raspadura nostálgica en el corazón.

Ahora, el domingo 9, el barrio del Mercado celebra la fiesta de la Aparición (de la Virgen), hecho que acaeció –según viejos legajos– en donde se levanta el crucero de la Plaza del Grano (De Santa María del Camino, para la municipalidad) en el año 560, uno antes de que Juan III, Papa sexagésimo primero de la iglesia Católica, sustituyera a Pelagio I. Con algunos matices, que los hay, es el mismo relato –muy parecido– que se acepta en cuanto a la manifestación milagrosa de la Virgen del Camino al pastor Alvar Simón Fernández, natural de Velilla de la Reina. La diferencia de la maravilla cristiana es que habían transcurrido casi mil años entre uno y otro prodigio. La disimilitud se explica por sí mismo.

Para mitigar esta clara duplicidad en cuanto a la advocación de las dos imágenes talladas en forma de Piedad, la de León tomó el título de Virgen (Nuestra Señora) del Mercado y del Camino, la antigua de León, mientras que para la custodiada por los frailes dominicos se aceptó el del Virgen del Camino, sin más añadidos. Y así como la que se venera en la calle Herreros de la capital leonesa fue perdiendo importancia para la ‘sociedad oficial’ -que no para el sentir tradicional de sus miles de devotos- la asentada en el municipio de Valverde del Camino ganó protagonismo. Es Virgen Coronada desde 19 de octubre de 1930 –acto al que asistió el Infante don Jaime de Borbón en representación de la Casa Real Española–, patrona de la Región Leonesa y, por último, regidora perpetua del Ayuntamiento de León, cuyo nombramiento se acordaba en el plenario municipal de 9 de mayo de 1938.

Mientras, la del Mercado, «Sola, pequeña y triste / como una madre campesina / sin que nadie le preguntara / por qué llevaba a un hijo muerto por las calles», que escribiera el celebérrimo Victoriano Crémer en su etapa como vecino de la calle Puerta Moneda (Puertamoneda refería él siempre), mantiene como una antorcha inmensa la luz y el sentimiento piadoso del pueblo de León en la jornada del Viernes de Dolores. La vespertina procesión y la novena previa son sus poderes santos frente a la falta de reconocimientos que, además de legítimos, le serían inherentes por su rica incardinación en la ciudad.

Por lo tanto, el 9 de febrero, recuerdo anual de una gloriosa fiesta de la Aparición y una data con sabor y raigambre, ha ido perdiendo, paulatinamente, su aroma primitivo. Su encanto. Su sabor. Las cadenetas, el organillo, los puestos de churros y de dulces con aquellos costumbristas altramuces –para el vulgo, chochos–, las jugosas y sabrosísimas chufas, las obleas, las casetas de tiro, el escenario de la música… han pasado a mejor vida. Los viejos del lugar –dicho sea con la mayor consideración–, que cada día son menos, recuerdan aquellos años vecinales como algo consustancial tanto con el propio barrio como con la ciudad. Todo se ha perdido. Se ha ido al traste.

Acaso, algunos parroquianos que lo fueron, o lo son, festejen, como si de un cumpleaños se tratara, la efeméride mariana con la asistencia a la eucaristía que se celebra en el templo de María la del Mercado, en la piadosa y pétrea casa de la Morenica. No hay otra cosa que complemente la fiesta. Y después, es posible, se reúnan en torno a una mesa para celebrar la entrañable fecha y compartir caldos y viandas (leonesas, claro). Y hasta ahí. La fiesta de la Aparición se viene extraviando sin remedio en el calendario. La misa, este año dominical a la una media de la tarde, es el último poso, el último bastión de una festividad, hoy huérfana, que, en otras épocas, fuera grande y participativa. Inmensa. Pero ya no lo es. Está casi olvidada. Agonizante.
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