La acuarelista que la violencia quebró

Sara Calleja fue una artista cuyas acuarelas se centran sobre todo en la figura humana, con una mezcla entre el cubismo y el expresionismo que da pie a personajes distorsionados a través de colores potentes

Mercedes G. Rojo
04/12/2018
 Actualizado a 19/09/2019
Sara Calleja junto a algunas de sus obras.
Sara Calleja junto a algunas de sus obras.
«La pintura es un vehículo inmejorable para expresar las emociones». (Sara Calleja. Acuarelista).

Así hablaba Sara Calleja (Ponferrada, 1963- Ibiza, 2015) de este arte que practicaba desde bien joven y del que, coincidiendo con una exposición de sus acuarelas en la galería leonesa Ármaga, confesaba en declaraciones recogidas en aquel entonces por Marcelino Cuevas: «creo que en cada línea hay una parte de mí (…) me vuelco en personajes que, la verdad acaban derramando una gran lágrima…». Son los personajes que llenaban esas obras de las que nos vimos privados para siempre el día que tras sufrir violencia de género por más de dos años decidió poner fin a su vida antes de que pudiéramos llegar a conocerla bien. Dos circunstancias me llevan a traerla hoy a esta sección: la primera es que aún no hace un mes que hubiera cumplido los 55 años y la segunda es que el 25 de noviembre pasado se celebraba el Día contra la Violencia de género, circunstancia que fue la causa de su muerte.

A través de Sara me ha venido también el recuerdo de Margaret Keane, la conocida como «la pintora de los ojos gigantes», quien durante años sufrió suplantación por parte de su marido que –mientras ella vivía encerrada en su casa pintando hasta durante 16 horas– vendía sus cuadros como propios, sin que ella apenas viera beneficios. No era exactamente la misma la situación de Sara Calleja pues en su caso, el que fuera su compañero sentimental por dos años, el mismo que la llevó al suicidio, no se hacía pasar por el autor aunque sí se encargaba de gestionar la venta de su obra, también sin beneficio para ella. Desde el punto de vista artístico otro detalle une a ambas artistas aún desde estilos pictóricos muy alejados, y es la profunda melancolía –tristeza incluso– que destilan los personajes de una y otra, aspecto que queda plasmado en uno de los elementos expresivamente más importantes para la figuración humana: los ojos.

Centrándonos ya en Sara Calleja, hay que decir que sus acuarelas (que mostraría en diversos lugares de la provincia leonesa, entre los que destaca la galería Ármaga; en diversos lugares de Bélgica y en Ibiza) se centran sobre todo en la figura humana como motivo principal. Con una mezcla entre el cubismo y el expresionismo nos presenta personajes distorsionados a través de colores potentes, de trazos enérgicos no exentos de cierta delicadeza, donde los ojos y la boca adquieren siempre un importante protagonismo, dotando a las figuras de una innegable melancolía –hasta un halo de tragedia según los casos–, y llenando su obra de símbolos que se repiten hasta la saciedad. Uno de esos característicos elementos es la lágrima que repetidamente aparece en los rostros de sus personajes y de la que ella confiesa no ser siempre «el resultado de una tragedia, en algunos casos está producida por la añoranza, en otros por una alegría contenida y en algunos momentos, es inevitable, por la pena, por el desamor, por la nostalgia del tiempo perdido», circunstancias que parecen reflejar, según los momentos, esos mismos sentimientos presentes en su vida, aunque en la última etapa se hagan patentes con más virulencia los del desamor y el grito desgarrado ante la terrible situación personal que estaba pasando.

Aparte de estas figuras en las que los sentimientos son el eje central, aparecen también en su obra multitud de bailaoras flamencas que cuentan con la misma distorsión de ejecución, con los mismos quiebros de la figura que el resto de sus personajes. De su afición por ellas decía «me gustan esas mujeres andaluzas porque sobre ellas planea algo trágico, tras el alegre tableteo de un taconeado se esconde un alma llena de sentimientos encontrados, de grandes pasiones que se enredan en sus melenas negras, que se enganchan en los faralaes de sus trajes típicos»; como podemos observar siempre ese halo de tragedia sobre todos sus personajes que no es más que una prolongación de la suya propia.

También pintaba, como un juego, bodegones llenos de color, bodegones que calificaba como «retratos ambientales en los que se unen las frutas y las flores en un estallido de color» manifestando como principal pretensión la de reflejar más los colores que las formas.

A grandes rasgos fue la obra de Sara Calleja una obra llena de fuerza, de expresión, de sentimiento. Quien observe sus obras podrá dar buena fe de esa intensidad, no en vano ella reconoció siempre que «pintar es la parte más importante de mi vida, no por las muchas horas que dedico a los pinceles, sino también por la relevancia que tiene para mí expresarme a través de la plástica. Vivo intensamente cada uno de mis cuadros y espero saber transmitir ese sentimiento al espectador». Observando sus acuarelas sabrán si lo consiguió. No dejen de hacerlo aunque solo sea para preservar su memoria.
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