05/09/2019
 Actualizado a 19/09/2019
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España, ese país de charanga y pandereta, ese país de mierda del que todos reniegan y, si pudieran, se tirarían de él en marcha, es el país con mayor esperanza de vida del mundo. Hemos superado a los japoneses, que, hasta ahora, habían ocupado el primer puesto del ranking durante décadas. Puede que no le demos demasiada importancia, pero la tiene. Aquí, por ejemplo, un hombre vive trece años más que en Rusia, cuatro más que uno de los Estados Unidos y treinta más que alguien nacido en Afganistán. Una puta broma. Desde principios del siglo XX, la esperanza de vida a crecido en más de cuarenta y dos años. Dejando a un lado el clima, nuestro aliado natural que hace lo suyo por ayudarnos, y la alimentación, (somos el segundo país del mundo que más pescado fresco se mete entre pecho y espalda y de los primeros en el consumo de fruta y verduras), no cabe la menor duda que algo más debe de tener este país para que esto ocurra. Lo cierto y verdad es que tenemos, a pesar de todos los pesares, una de las mejores, (sino la mejor), sanidad del mundo, por ejemplo y eso es fácilmente demostrable. Seguimos siendo el país dónde más donaciones de órganos se producen y así durante veinticinco años seguidos; un país dónde, también a pesar de todo, la gente hace la vida en la calle, conviviendo con los vecinos y los que llegan de una manera impensable en cualquier otro lugar. Pero ya se sabe: los hombres, desde siempre, no saben más que apreciar y medir la fortuna de los demás; la propia, nunca.

Los japoneses, sobre todo los habitantes de la prefectura de Okinawa, que son los más longevos del mundo, tiran la casa por la ventana cuando alguien cumple 60 años. Hacen una fiesta, el ‘kankeri’, en la que celebran que han pasado cinco veces por todos los animales del horóscopo chino, que es el que utilizan. Se considera que ese día, el de su sesenta cumpleaños, se vuelve a iniciar el ciclo y es como si volviesen a la niñez. Alguien que tiene medio asegurado vivir hasta los cien años, bien puede pensar que se ha vuelto un crío de pecho. En vez de hacer nuestras las mariconadas que importamos de los países anglo-sajones, (‘halloween’, el viernes negro, las hamburguesas y los perritos y toda la mierda que nos hacen creer que es buena), deberíamos fijarnos en otras mucho más serias, (como el ‘kankeri’), y adoptarlas como si fuesen la niña de los ojos. Por lo menos eso piensa uno que, si tiene un poco de suerte, al final de éste año del señor, ingresaré en este club. Cuándo se alcanza esta edad provecta, se puede uno permitir mirar de frente a la vida y hacer balance de lo que se hizo y de lo que se hará. La contabilidad es una de las ciencias que más y mejor se puede manipular. No os extrañe, por tanto, que todos los ladrones de tronío que han vivido en el mundo, se hayan hecho acompañar con un contable con infinidad de recursos que puede hacer que las pérdidas se tornen ganancias, o al revés, sin ninguna dificultad. Eso mismo nos ocurre a la mayoría de nosotros y hace que sólo nos acordemos de las cosas buenas que nos han pasado y que nos olvidemos de las malas. Es, cree uno, un error mayúsculo. Casi todos los hombres y las mujeres que conozco tienen muchas más cagadas en la vida que logros. Es algo inherente al ser humano: cagarla casi cada vez que haces algo. Pero somos tan inconscientes que lo olvidamos para poder, así, volver a tropezar otra vez en la misma piedra. Sólo los tontos y los estúpidos son felices a tiempo completo. Ni siquiera los ricos consiguen serlo. Uno, que como os digo tiene edad suficiente como para saberlo, conoció a muchos ricos que eran infelices y que, en consecuencia, la cagaban un día sí y otro también. Pero también éstos se olvidaban de esas miserias y sólo encontraban el consuelo en gastar su patrimonio para alcanzar unos paraísos artificiales que, como castillos de naipes, se derrumban cuando menos te lo esperas.

Volviendo al principio: No se es más español por tener la bandera de Astorga colgada en el balcón, como si fueran nidos de las oscuras golondrinas. No se es más español por negar el pan y la sal al país, como si fuese uno un deficiente. No se es más anti-español por mucho que te alegres cada vez que se cae un avión al mar y se muere el piloto. No se puede ser tan estúpido; nunca se puede ser tan estúpido. Lo peor de todo, cree uno, es renegar de lo que se es. Y aquí se hace demasiado a menudo. Y todo esto lo dice uno que siempre pensó que su patria era su pueblo y todo lo demás era tierra conquistada. Pero da la casualidad de que en mi pueblo se habla castellano, la misma lengua en la que se comunican otros quinientos millones de personas..., que cada día viven más tiempo. Lo dicho: una puta broma.
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