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Juventud, tuitología

22/06/2015
 Actualizado a 18/09/2019
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Internet nos ha otorgado la posibilidad de acceder a la información infinita, pero no el don del conocimiento supremo. Los que creen que todo habita en el gran caldo digital descubrirán que en él también nadan grandes masas de desperdicios y cascotes. Internet es una herramienta extraordinaria, pero puede ser el origen de la superficialidad de nuestro tiempo. Es, sin embargo, un monstruo que engulle datos a velocidad de vértigo, pues de ellos se alimenta, para después mantenerlos ahí toda la eternidad. La memoria de internet es indestructible y pavorosa. Hace unas semanas, Félix de Azúa, el nuevo académico de la lengua, a raíz de la presentación de su novela ‘Génesis’ (Random House), me decía durante una larga conversación que lo propio del ser humano es el ansia del conocimiento absoluto, y eso es, paradójicamente, lo que en la Biblia se castiga, con la expulsión del paraíso. La sabiduría nos acerca a la condición de dioses, lo cual es también preocupante para los dioses. Internet es hoy lo más parecido a esa biblioteca de Babel borgiana donde cabe toda la infinitud, donde la información parece ser interminable. Los tuits, el invento que nos concede la posibilidad de opinar sobre todas las cosas del mundo, aunque seamos anónimos, son hoy las capas sedimentarias sobre las que se van asentando las nuevas opiniones y también todas las biografías. Esas capas quedan ahí, con sus tuits fósiles, para los interesados en la arqueología digital. Hasta que, como ocurrió en el caso de Zapata, levantada la capa de polvo dejada por el tiempo, se revelan frases poco convenientes grabadas allí, quizás influidas por un exceso verbal propio de la juventud, o, simplemente, porque un tuit puede ser también un estallido irresponsable, o una sentencia lanzada, como una botella al mar, en un momento irreflexivo. También los graffitis, que son tuits de tapia y de vallado, pueden ser maravillosos o vergonzantes. Todos somos dueños de nuestros silencios y esclavos de nuestras palabras. Pero el silencio, que puede ser inteligente, también puede ser un grave síntoma de inacción. Y no faltan en el mundo actual silencios atronadores. Lo que lanzamos a ese mundo infinito que es el gran caldo digital permanecerá girando, como los planetas, durante mucho más tiempo del que podemos imaginar. Ya no hay anonimato, y cada palabra, inteligente o absurda, brilla en el nuevo gran Babel. Y lo mismo que 140 caracteres pueden contener una historia de amor, o una explicación del mundo, también pueden estar formados por materiales de derribo, cascotes verbales o desechos del corazón.
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