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Juventud precipitada

06/06/2015
 Actualizado a 18/09/2019
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Este jueves una chica de 13 años se tiraba desde la ventana de su aula en el instituto Vía de la Plata de La Bañeza. Así, al grito de «¡¡¡te quiero ‘fulanito’!!!» la hormonada adolescente se precipitaba a un patio interior del centro. La poca altura (equivalente a poco más de un primer piso) y el mullido césped de la zona evitaron males mayores. Una pierna rota y un tobillo fracturado fueron las consecuencias de un acto que define a una parte importante de esa generación. Esto no fue un intento de suicidio, así lo expresaban profesores y algunos compañeros. Simplemente se trató de un intento desesperado de llamar la atención, lo cual, si me apuran, es peor.

Casi al mismo tiempo, no muy lejos de allí, en el salón de plenos del Consistorio de la capital bañezana, otra joven, Mar Fernández Cabello, de 11 años, era recibida por el alcalde Palazuelo después de haber ganado el campeonato de España de cálculo mediante ábaco. Un concurso en el que se enfrentó a casi 600 alumnos de todo el país y en donde la complejidad de las operaciones matemáticas a realizar es significativa.

Mar es la otra cara de la moneda. Mar quizás represente cierto resquicio de una juventud perdida, precipitada y sobrepasada por todo. Una generación que vive intentando adelantarse a su propio período. ¿Y quién no hizo eso siendo adolescente? ¿Quién no intentó vivir a los 12 como si tuviera 15 y a los 15 como si tuviera 18? Creo que las diferencias con generaciones pasadas son amplias. Y parte de esa diferencia radica en las nuevas formas de comunicación/exposición a las que están obligadamente aventurados todos estos niños.

Hablando con algunos docentes del centro bañezano, éstos comentaban a los medios que el móvil se ha adueñado de las cabezas y las personalidades. Chavales con 11, 12 ó 13 años viven ya pendientes de Facebook, Tuenti, Instagram y por supuesto el omnipresente Whats app. Las fotos sobrevuelan el aula entre cómplices pupitres, los mensajes se arrastran por los pasillos de terminal en terminal. La tontería digital ocupa ahora el sitio de las miradas, susurros y confidencias de antaño.

No hay más ley que la que dicta el ‘perfil’, más carácter que lo que indique el ‘muro’, más sentimientos que los que muestren los emoticonos, más vida que la que enseñen las fotografías colgadas. Los niños del fútbol chapa son ahora esclavos del ‘3G’; las niñas de la comba son sombras del ‘me gusta’, el ‘etiquetado’ o el número de seguidores, autentica espada de Damocles para todos ellos. O estás ahí, o no estás en ninguna parte. Es así de simple, así de cruel, así de real. Una era confeccionada para hacernos la vida más fácil se ha tornado en este caso en una etapa negra para toda una generación totalmente sobrepasada y condicionada por estas nuevas formas, digamos, de comunicación.

Como en todo, la educación vuelve a ser clave. La educación y el ejemplo. ¿Qué esperan ustedes de una joven de 12 años que seguramente ve como su querida mamá vive colgada de los mensajitos, el ‘caralibro’ y el Twiter? Que muestra su felicidad absoluta con cientos de miles de fotos y que enseña a la rapacina de bien pequeña a poner morritos ante la cámara. Pues sí, hanacertado. Lo que se busca se encuentra. Niñas y niños, jóvenes y ‘jovenas’ que apenas ponen nombres a la generación del 27, los afluentes del Duero, o los Reyes Católicos pero que saben decir ‘selfie’, ‘post’ o ‘android’ con total precisión y entonación.

Por eso este artículo va para todas esas madres que intentan darle la vuelta a la tortilla, que creen que darle un teléfono con conexión a internet a un chaval de 10 años no es lo más sensato, que aguantan contra viento y marea que sus pequeños sean los ‘raros’ de la clase de quinto de primaria o sexto, o primero de la ESO, porque no tienen una cámara de 8 mega pixeles en el bolsillo todo el día. Esas madres y padres que caminan por el alambre que supone intentar mantener el equilibrio emocional de sus hijos. La preocupación constante de querer acercar al pequeño a las nuevas tecnologías sin que caiga en sus temibles garras. En definitiva, mantenerlo con los pies en la tierra, no en la nube. Eso es lo complicado, lo difícil. Lo que exige la paternidad. Lo sencillo es darle un Samsung y que la red de redes ejerza. Una red que el jueves sin embargo no estaba para amortiguar la caída de la joven bañezana. Tomen nota.
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