victor-velez.jpg

Justos entre las naciones

11/08/2022
 Actualizado a 11/08/2022
Guardar
Zapeando hace un par de noches me topé con la enésima reposición de ‘La Lista de Schindler’ y, por tanto, con una de las escenas más sublimes que ha dado el séptimo arte. En ella, los judíos rescatados de una muerte segura en Auschwitz entregan al hombre que les escondió en su fábrica un anillo con una inscripción del Talmud: ‘Quien salva una vida, salva al mundo entero’. Una frase que figura en la medalla que se concede a los ‘Justos entre las Naciones’, reconocimiento de la tradición hebrea con el que se distingue a las personas de otra confesión que, como Oskar Schindler, han ayudado desinteresadamente al pueblo judío en algún momento de su tortuosa historia.

Exageradas o no, hace solo unos meses las comparaciones entre esos judíos que huían de Hitler y los ucranianos que en la actualidad lo hacen de Putin eran frecuentes. Ahora, sin embargo, la guerra parece haber perdido ‘hype’. Al menos por estas latitudes, las escaletas de los telediarios ya dedican solo minutos testimoniales a los más de 200 muertos diarios que siguen causando las bombas rusas. No es la primera vez que pasa, ni será la última: en menos de un año supuestos epidemiólogos, vulcanólogos y hasta expertos en talibanes han ido estableciendo una frenética agenda mediática en la que todos entramos al trapo y que, más pronto que tarde, se evapora sin dejar apenas rastro.

La desgracia es eso que queda cuando se apagan los focos. El duelo por las víctimas del Covid, el drama de los fondos que no llegan por las casas devoradas por el Cumbre Vieja o la agonía de ser mujer en del fundamentalismo islámico que rige Afganistán continúan estando ahí aunque ya nadie hable de ellos. También, las historias de los refugiados.

Historias que demuestran que la solidaridad es, igualmente, eso que queda cuando se apagan los focos. Es lógico que no se hable tanto de ello, pero los ucranianos que han llegado a la provincia continúan desbordados por esos apoyos que nunca han dejado de llegarles. La primera palabra que el traductor de ‘Google’ les enseñó fue gracias y, desde entonces, siempre la han tenido en los labios. En sus tímidas sonrisas y en sus recios acentos. En las miradas que dedican a esa buena gente que desde León, sin dárselas de nada, salva al mundo entero. A esos justos entre las naciones, los que siempre quedan cuando se apagan los focos.
Lo más leído