13/07/2023
 Actualizado a 13/07/2023
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Uno siempre pensó, como el antiguo alcalde de Jerez, que «la justicia es un cachondeo»; y lo hice porque, en el fondo, siempre beneficia al más fuerte. Un anarquista, aunque sea de salón, como dicen mis amigos, (¡qué sabrán ellos!), siempre está contra el poder establecido y no hay poder más establecido y vengativo que el de la justicia. No, la justicia no es ciega: es una cabrona que cucea, haciendo trampas y levantando un pelín el pañuelo que la tapa los ojos para ver a quién tiene que joder y a quién no.

Tenemos todos los días en los periódicos noticias de pobre gente que hace, obligada, un Erasmus en Mansilla porque robo para poder dar de comer a su familia y, al lado, otras de los cabrones habituales que andan tan campantes por la calle después de estafar, sisear o atracar las arcas del Estado. O, como en el caso de Raquel Gago, gente que tuvo que cumplir condena para dar ejemplo a la sociedad, porque sí, está muy feo matar, pero mucho más matar a una política, porque mira a ver si no tenemos que proteger a todos los políticos desahogados de este país. Y se hizo pasándose por el arco del triunfo uno de los pilares de cualquier sistema jurídico: la presunción de inocencia.

Condenar a Raquel fue un aviso a navegantes, una advertencia clarísima de que, en un momento de enajenación, puedes cargarte a cualquiera..., menos a la Presidenta de la Diputación y fauna similar. En un país serio, Raquel ni hubiera pisado el talego, porque todas las pruebas que la condenaron fueron circunstanciales, como los complementos de la gramática. Pero en su caso, seamos serios, la sentencia estaba dictada desde que la imputaron, como la de Triana, la hija de la asesina... Son casos como este los que hacen que uno no crea en la justicia. O como el caso del ex-presidente de la Junta de Andalucía, que no entra en el penal porque está malito, pero hay cientos de otros casos en los que los enfermos si van a la cárcel aunque estén con un pié más pallá que pacá. Y, como dice mi nieto el filósofo, «¡no es justo, papá!».

El caso es que Raquel Gago estuvo varios años en la cárcel y perdió su trabajo cuando no hizo nada para merecer tal castigo. No le queda otra que «reinventarse», como cientos de personas que perdieron su curro de toda la vida porque, en un momento dado, fueron prescindibles, sustituidos por máquinas maravillosas que no protestan ni hacen huelga. Y no solo ella ha tenido que sufrir este desafuero, sino que también, y posiblemente en mayor medida, sus padres, sus hermanos y sus tíos han tenido que soportar su sentencia como si fuera un estigma, una tara, un grano de cincuenta centímetros en el culo. No, no es justo el sufrimiento de esta gente, porque es gratuito, lacerante y que deja secuelas permanentes, como las de un enfermo de Covid mal curado. Además, la gente es muy puta y muy mala y cuando se encuentra con alguien manchado con un estigma como éste, después de saludarlo con cara de no romper un plato, empieza a murmurar a su acompañante «mira, ese es el padre de Fulana, la que condenaron por el asesinato de la Carrasco. ¡No sé como no se le cae la cara de vergüenza!».

Hay, por desgracia, cientos de casos como el de Raquel, en el que la justicia no se aplica con justicia. Es cierto que los jueces son humanos, y, como tales, son capaces de joderla aún sin querer; pero me gustaría, como mal menor, que lo reconocieran, que pidiesen perdón a las víctimas de sus fallos, que asumieran, en fin, que no son perfectos, que no son dioses. Los jueces están en la cúspide del poder del Estado y deberían dar ejemplo a todo el resto de los ciudadanos a la hora de cumplir con su cometido.

Pero, bien pensado, es casi imposible que lo hagan. Ellos tienen que aplicar la Ley de la forma más objetiva posible. Pero la Ley la paren los políticos y, conociéndolos, sé que es imposible que logren crear algo que tenga sentido común. ¿Cómo, entonces, los jueces pueden aplicar esa Ley cuando está hecha por aficionados, por tontos del haba que difícilmente saben dónde tienen la mano derecha? Como ejemplo, excuso mentar la famosa ley del ‘sí es sí’, porque ya se habló largo y tendido de su ineficacia. Pero hay muchas otras a la que no se les presta atención y que siguen en vigor y, ¡claro!, los jueces no tienen más cojones que aplicarlas, aunque no les gusten. Toda la legislación sobre delitos medioambientales es un disparate y os exhorto a que la echéis un vistazo para comprobarlo.
Lo único bueno de todo esto es que el tiempo pasa inexorablemente y que Raquel está libre para poder pasarse las fiestas de Santiago, en Vegas del Condado, en compañía de su familia. Algo positivo tendría que sacar en este artículo... Salud y anarquía.
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