Jular: Corazón rojo, alma socarrona

Manolo Jular, un clásico del arte y la vida en León, falleció en su ciudad ahora hace cinco años (el 28 de enero de 2017). En la cámara de Fernando Rubio había muchas fotos de aquellos años 70 y hoy recupera algunas como homenaje al artista y amigo

Fulgencio Fernández
31/01/2022
 Actualizado a 31/01/2022
jular-31122.jpg
jular-31122.jpg
Los años 70 fueron de evidente efervescencia artística y literaria en León. La cámara de Fernando Rubio fue testigo de ella y por sus galerías van apareciendo muchos nombres ilustres: Antonio Gamoneda, Luis Sáenz de la Calzada, Luis García Zurdo, Gaspar Moisés Gómez, Adolfo G. Viejo,Odón Alonso, Paco Pérez Herrero... por citar solamente a algunos de los leoneses que engrandecieron el mundo del arte, la música, la poesía o el periodismo.

Ser podría volver la mirada hacia cualquiera de ellos pero fue el propio Fernando Rubio quién reparó que en esta semana ya se cumplían cinco años desde que se fue uno de los grandes arte —y la vida— en León: Manuel Jular Santamarta, artista casi inclasificable pues, como él decía, «tocó todos los palos»: pintor, escultor, diseñador gráfico, dibujante…y comprometido agitador social pues, recordemos por ejemplo, que Manolo fue uno de los fundadores del CCAN, participó con Vargas en la considerada como primera exposición de arte abstracto en León y, ¡cómo no!, la anécdota del famoso cartel de los Festejos de San Froilán de 1974, en los que ‘le coló’ al obispado y las autoridades de la época la bandera republicana, cuyos colores eligió para las albardas del burro de la leyenda que aparecía en el cartel. La que se montó cuando se dieron cuenta de la ‘jugada de Jularón’ fue curiosa, retirada del cartel, Manolo a declarar y la venganza un año más tarde de negarle una medalla de un concurso de pintura llamada de ‘Exaltación de los valores leoneses’. Algo que él se tomaba con la misma socarronería cazurra —según él— de siempre y simplemente decía: «Al negarse a dármela han perdido la ocasión de saber si yo me iba a negar a recibirla». Jular en estado puro, pero no quería ser injusto con quien sí dio la cara por él: «Las autoridades gobernantes se niegan a entregarme el diploma –en pública cena– y tiene que ser el propio Don Emilio Hurtado, presidente de la Caja, quien lo hace. Mi profundo reconocimiento para este caballero que dirigió la entidad leonesa de ahorros cuando a las cajas todavía se les veía la obra social. ¿Se me entiende?».

Se le entiende. Hoy mejor que nunca. El homenaje que sí recibió, y no se negó, fue el de CC.OO., un orgullo para él que ingresó en ‘el Partido’ (PCE) siendo un chaval y murió siendo fiel a las mismas ideas. En su discurso de agradecimiento por aquel galardón del sindicato hermano recordaba sus inicios en la lucha clandestina: «Me convencieron digo, para que iniciara una ‘brillante carrera política’ al lado de un Movimiento SocioPolítico de reciente puesta en marcha en zonas metalúrgico–mineras próximas, y que era impulsado por unos individuos de un partido clandestino al que el gobierno del vesánico general Franco acusaba de tener cuernos y rabo. Así empezó, con mi consentimiento y relativa formación estética, la ‘carrera’ que me ha traído hasta este premio de hoy: pintando por tapias de León una convocatoria de las gloriosas (Y esto no es broma) siglas que hoy nos representan. CC, punto OO, punto». Andadura que le llevó, incluso, ante el Tribunal de Orden Público —«una especie de Audiencia Nacional, pero en plan hijoputa»— y una petición de dos años de cárcel.

Pero Jular fue, sobre todo, un gran artista, abierto a todas las nuevas tendencias, a todas las vanguardias, a todos los lenguajes. Después de aquella primera exposición abstracta en León, con el maestro Alejandro Vargas, a quien siempre ‘culpaba’ de aquella muestra, se fue a buscarse la vida en Madrid. 25 años en la capital, a caballo entre el arte, el diseño, la ilustración. Lo contaba él con su típico humor negro: «Viví como pude, de lo que mejor sabía. Pinté cuadros, murales, diseñé publicidad... Dibujé mi primera serie El Museo Imaginario en el vespertino Pueblo, en la etapa de Gurriarán y Martínez Reverte. Mandaba Suárez. En 1990, conseguí un contrato indefinido de Director de arte con el grupo Punto y Seguido, que además de El Nuevo Lunes y El Siglo de Europa publicaba gran número de revistas de las llamadas ‘llave en mano’ o ‘house organs’, para empresas como Renfe, Banesto, Trasmediterránea, Flex, etc. Este grupo pertenece a un sedicente sociata, José Garcia Abad, más o menos impresentable que otros sociatas. Ahí estuve aguantando estoicamente hasta la obligatoria jubilación», contaba con su conocida acidez.

Y regresa a León, donde le presentan a «una tal MacIntosh, máquina, que como mínimo me sirvió para empezar una ‘nueva carrera’: mi etapa digital». Por ella transitó unos cuantos años, dio cuenta de su maestría en diversas exposiciones o en diversos blogs aún abiertos que merece la pena visitar para entender al gran Manolo Jular. En http://sinespatula.blogspot.com/ vive todavía aquel personaje inquieto e inconformista, que siguió colando banderas tricolores en lasalbardas de todos sus dibujos pues, como les dijo a los colegas de CC.OO.: «La ciudadanía está como en stand by, entre angustiada, un poco resignada y un mucho irritada, esperando... no a que escampe, sino a ver qué más puede pasar, que sea todavía peor. No prevé remedios ni del Gobierno, ni del principal partido opositor».

Y su rebeldía llegaba desde su arte. Tal vez se podría recuperar hoy uno de sus famosos montajes, del Emérito, en el que cambió su famosa frase del «¿Porqué no te callas?», al que tachó te callas y superpuso un «¿Porqué no hablas?».

En fin, el Jular de siempre. El del CCAN, las albardas, las exposiciones, los carteles y los paseos por las calles de León, paradas en los bares a la hora del vino que podía convertir en una eterna asamblea de Facultad o un filandón con el más largo anecdotario que te puedas imaginar pues, como le gustaba repetir, «ya me pasó de todo, pero estoy muy abierto a que me pase más», porque de lo que jamás renegó —que ya es raro en él— fue de vivir, pese a que la enfermedad final no fue precisamente condescendiente con él.

Ahora hace cinco años que se fue. Ahí sigue su vida. Eterna.
Lo más leído