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Jugar en la calle

06/01/2016
 Actualizado a 19/09/2019
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La Calleja es una calle que gira en ángulo de 90 grados y que une la Plazoleta con la Iglesia de Benavides. En esta calleja sin aceras pasé gran parte de la infancia en camaradería con buenos amigos, que lo eran ya entonces y lo siguen siendo hoy –David, Tomi, César,...–. El tiempo que nos quedaba libre –como en la canción de María Dolores Pradera–, después de la escuela y hasta la hora de la cena lo vivíamos allí. Si no estábamos allí, era porque estábamos pescando en algún reguero o sifón o bien nos habían ingresado en el hospital con algo grave. No había más.

Justo en el vértice del ángulo, por el lado abierto, haciendo chaflán había –y hay– unos portones de madera gris, suficientemente grandes como para que pasara la caballería, pero nosotros los usábamos de portería si jugábamos la fútbol. Al fútbol había dos maneras de jugar. Si éramos pocos, a ‘balón para atrás’. Se hacían los equipos, a pares o nones, uno se quedaba de portero en esta puerta y sacaba de espaldas lanzando con las manos el balón hacía atrás. El portero solía cambiar con cada gol, de aquí el nombre ‘a gol portero’. Supongo que así se juega –o jugaba– en muchos pueblos, lo que no creo que fuera muy común era cómo jugábamos nosotros cuando éramos suficientes, es decir si éramos 8 o 9 por equipo. Entonces, jugábamos un ‘partido a la larga’, que en nuestro caso era jugar en ‘L’. Sí, en ‘L’. Con jerséis marcábamos las porterías en el centro de la calle y lo interesante era que, debido precisamente al ángulo que la calle hacía, desde una portería no podías ver la otra, que estaba al girar. Era complicado el papel de portero en estos partidos, podías estar tan tranquilo, porque el juego se desarrollaba en la parte de la L que no veías y de pronto, rebotado contra la pared se presentaba un balón a mala leche que, si no estabas atento, se te colaba gol.

Probablemente los Reyes Magos habrán venido cargados de juguetes y me alegro por ello, aunque me temo que no veré a los niños jugando en las calles. A nosotros nos bastaba un lata vacía de fanta, la llenábamos con piedrecillas y la tarde se nos iba jugando al ‘bote’, que era tirar el lata lo más lejos posible, echar a correr y esconderse. Y lo bien que lo pasábamos.
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