19/10/2019
 Actualizado a 19/10/2019
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El movimiento independentista en Cataluña se correspondía hasta hace poco con una resistencia pacífica. De ahí las dudas que invadieron a muchos juristas entre los términos ‘rebelión’ y ‘sedición’. Y aunque hubo actos vandálicos en el 1-O finalmente se optó por calificar la situación de sediciosa, no a las armas. Pero las reacciones que están teniendo lugar en el último mes han cruzado la frontera y ya no nos encontramos ante una resistencia civil pacífica. Un sector es violento y aparecen los primeros conatos terroristas. Podemos ponernos una venda, cerrar los ojos, decir que son casos aislados, que esto durará unos días, que claudicarán, pero lo cierto es que una vez que se cruzan ciertas líneas nada vuelve a ser lo mismo. La convivencia está en peligro.

La sentencia del ‘Procés’ la han dictado los jueces. Existe para acatarse nos guste o no, nos parezca laxa o firme. Si no confiamos en la Ley, si no la aceptamos, estamos poniendo en riesgo el Estado de Derecho y eso o abrazarse al caos es casi lo mismo. Nos hablan de libertad. ¿Con qué derecho? ¿Qué libertad es posible cuando millones de catalanes que se sienten españoles han sido abandonados a su suerte en Cataluña? ¿Son ellos libres? ¿Con qué cuajo el nacionalismo se ha adueñado políticamente de este territorio? ¿Con qué legitimidad está imponiendo sus consignas en escuelas, instituciones, medios de comunicación y Parlamentos?

Sé que hay personas que creen en esta causa de un modo sincero como también creo acertar si estimo que muchos otros son adeptos por adoctrinamiento. Podemos llamarlo así, podemos llamarlo inmersión forzosa. Podemos decir diálogo o podemos llamarlo ‘jugar con fuego’. El único diálogo posible para Torra y sus secuaces es el camino a la autodeterminación. Nos hablarán de Estado Confederado, de más autogobierno, pero no se engañen. El lenguaje y sus matices tienen un poder muy limitado frente a los hechos.
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