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Jubilación forzosa

18/09/2017
 Actualizado a 17/09/2019
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En ambientes tecnológicos se conoce el fenómeno como obsolescencia programada, aunque usted puede llamarle como quiera: jubilación forzosa, muerte obligada, caída programada, retiro proyectado, baja ineludible… Vamos, lo de que se estropeó la lavadora de cinco años y no tiene arreglo, lo de que cayó una tormenta que fue a dar con el sistema eléctrico de la vitrocerámica y se la cargó, o que la nevera se cansó de enfriar con apenas diez años de servicio cumplidos.

Eso de la obsolescencia programada, que hasta puede llegar a sonar bien al oído pero como consumidor, si lo piensa, le sienta como una patada en el culo o peor, no es un fenómeno nuevo. Algunas fuentes apuntan a que las primeras empresas en idear un plan para ampliar el volumen de negocio fueron las del conocido como Cártel Phoebus (entre ellas General Electrics y Philips), que controló el mercado de las bombillas desde mediados de los años veinte hasta finales de los treinta, modificando las condiciones técnicas para que una lámpara no superase las 1.000 horas de funcionamiento cuando realmente estaban preparadas para 1.200.

Entonces no eran tiempos de iPhone nuevo cada año ni de cementerios tecnológicos con millones de toneladas de basura que no sabemos qué hacer con ella. Pero ya se veía muy el negocio. Por eso me parece fabuloso que el Parlamento Europeo quiera castigar la popularmente llamada obsolescencia programada, esa que pone fecha de caducidad a todo lo que se enchufa. Algunas empresas ya se están poniendo las pilas para aumentar la vida útil de los productos tecnológicos y en Francia incluso se multa a las empresas que practiquen esta habilidad para obligar al consumidor a hacer ‘plan renove’. Donde ya me surge la duda es si en los señores diputados pesará más el lobby de la industria o el bolsillo de los consumidores.
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