– Este proyecto ha sido algo más que la reunión de unas cuantas obras de arte referentes a un tema común. ¿Cómo has vivido el proceso? ¿Habías trabajado así alguna vez con alguna otra institución?
– La verdad que ha sido una experiencia bastante nueva. Durante mis años de práctica artística he colaborado con muchas instituciones en exposiciones colectivas donde la figura del comisario marca unas pautas o construye el marco de trabajo, pero nunca de esta manera. En este proyecto esos condicionantes nos los hemos ido imponiendo según avanzaba el trabajo, según íbamos teniendo más experiencias sobre el territorio y sus problemáticas.
Con el acompañamiento de la Fundación Cerezales Antonino y Cinia y todo su equipo, el método de trabajo a partir de salidas para realizar trabajos de campo y el contacto directo con gente proactiva ha sido una manera de aterrizar de verdad en la realidad que se vive en determinadas zonas de León y los futuros cambios que parecen que son ya «presente».
En muchos momentos hemos tenido la sensación de que la actualidad superaba cualquier cosa que pudiéramos proyectar, como si en las redacciones de prensa nos leyeran las intenciones. Reflejo claro de que el trabajo de ‘A punto de ser nada’ y de la propia Fundación transcienden lo que habitualmente entendemos como una exposición de arte en un espacio museístico.


– Esto hace referencia al proceso de trabajo que iniciamos en la Gran Corta de Fabero, donde la actividad minera ha cesado y el carbón ha quedado paralizado dejando en la superficie grandes huellas, marcas o signos de lo que en su día debió ser uno de los bosques más densos de la zona.
El motor de la pieza son esos negativos sobre la placa de carbón. Esos fósiles en definitiva nos sirven para positivar y obtener una copia de una realidad desvelada después de 300.000 millones de años. Una vez «arrancada» esa piel, se pone en relación con restos de las propias máquinas excavadoras que trabajaron allí, estableciendo paralelismos entre naturaleza e industria. El trabajo nos revela cómo era el paisaje en otra época geológica, a la vez que nos habla de las escalas y los volúmenes con los que se trabaja en la extracción de minerales o de las huellas que se genera sobre el paisaje.
La investigación en la Corta sigue a día de hoy, superando el tiempo de la exposición, en diálogo con la gente del Ciuden y con las personas del Aula de Paleobotánica de Fabero, antiguos mineros que de manera amateur trabajan por mantener y recuperar, en la medida de lo posible, todas las maravillas que los explosivos sacaron a la luz.
– En la tercera de las piezas que instalas en la exposición hay un mecanismo robotizado que traduce a sonidos el relieve de una gran placa de piedras ensambladas, un sonido que es enviado al exterior del edificio donde se mezcla con el ruido del viento o de los pájaros. ¿Podría ser una alegoría sobre la acción artística que os propusisteis, dar voz a la memoria del suelo?
– A partir de la idea de vinilos de pizarra de la época donde el sonido se grababa en ese mineral para luego ser reproducido, surge la idea de montar un gran «giradiscos» para hacer sonar la piedra. Ver qué ocurre al amplificar esos surcos y esos relieves generados de una manera natural. Por medio de un robot hecho ex profeso para la ocasión, una aguja va rasgando distintas partes de un gran mural de pizarra para luego traducirlo a sonido. A su vez, esa acción de arañar, deja unas marcas sobre la pizarra, generando así una especie de nuevo fósil. Finalmente, la traducción sonora se emite al entorno, devolviéndole lo que le pertenece.
La capa tecnológica que implica el robot, nos habla también de cómo la vida en estas zonas rurales se va adaptando a los avances industriales para poder seguir siendo. Imaginamos que explosiones, movimientos de tierras y naturaleza dejan una historia en piedra, un registro sonoro que podemos interpretar, una memoria grabada en el suelo que merece la pena reproducir y escuchar.
‘Devolver su ruido’ es una de las piezas de la exposición donde más energía se ha puesto, no sólo en la parte discursiva sino por la parte humana y toda las colaboraciones que conlleva. Han estado implicadas todas las personas de las distintas áreas de la Fundación, la gente de Hacendera Abierta y la gran colaboración de SoloPiedra, una empresa que desde el principio se volcó con el proyecto. Destaco esto no de manera gratuita, sino porque este modo de trabajar también habla de hacer cultura, hacer territorio, y modifica nuestro «paisaje».