Juan Diego Flórez toma el testigo de Plácido

El tenor peruano protagoniza ‘Romeo y Julieta’ en Viena con Domingo a la batuta. La rusa Aida Garifullina completa el cartel de la ópera de Gounod que este jueves exhibe Cines Van Gogh

Javier Heras
06/02/2020
 Actualizado a 06/02/2020
Aida Garifullina y Juan Diego Flórez en ‘Romeo y Julieta’ de Gounod.
Aida Garifullina y Juan Diego Flórez en ‘Romeo y Julieta’ de Gounod.
El 150 aniversario del estreno de un título esencial del repertorio merecía una celebración de altura. La Ópera de Viena agotó las entradas en 2017 con ‘Romeo y Julieta’, de Gounod, una producción llena de estrellas. Para empezar, convocó al mejor tenor posible, el peruano Juan Diego Flórez. Referencia del bel canto, había debutado en el papel tres años antes en su tierra, Lima, y ahora lo llevaba a la ciudad donde reside. Después de una carrera de roles ligeros, ya se está atreviendo a los líricos, como el Werther de Massenet o el Alfredo de ‘La traviata’. Su voz ha ganado potencia sin por ello sacrificar agilidad, sutileza y buen gusto en la expresión.

Como Julieta, la solicitadísima Aida Garifullina. Ganadora del concurso Operalia en 2013, debutó en el Mariinski poco después, con apenas 23 años, apadrinada por Gergiev. Desde entonces no ha dejado de ascender, gracias a su timbre cristalino, agudos fáciles, dominio de las coloraturas y un magnetismo de actriz clásica (ha aparecido en películas como 'Florence Foster Jenkins'). El nivel se mantiene en el foso, con Plácido Domingo al frente de una orquesta intachable. El madrileño solo encarnó a Romeo una vez, en el Metropolitan hace casi medio siglo; ya lo ha dirigido más veces de lo que lo cantó. Una de ellas fue precisamente en la capital austriaca en 2013, con la misma escenografía que ahora. La firma Jürgen Flimm (1945), uno de los principales renovadores de la escena teatral alemana. Ex intendente del Festival de Salzburgo y de la Ópera de Berlín, aquí se acerca en su estética a la película ‘Grease’.

‘Romeo y Julieta’, que Cines Van Gogh retransmite este jueves a las 20:00 horas, vio la luz en 1867 en el Théatre Lyrique de París, todavía con diálogos hablados (que hoy no se conservan), y permaneció en lo más alto todo el año gracias a la afluencia de visitantes por la Exposición Universal. Desde entonces ha sido uno de los títulos más representados en la Bastilla y también en Nueva York, donde inauguraba las temporadas.

Su compositor, el romántico Charles Gounod (1818-1893), apenas había logrado un éxito, ‘Fausto’, de 1859. Ocho años después, a las puertas de la vejez, lo consiguió emular gracias a otro clásico de la literatura. La tragedia de los amantes de Verona, de 1594, había inspirado numerosas óperas fallidas, pero el músico parisino hizo justicia a Shakespeare. Para el libreto, colaboró con Jules Barbier y Michel Carré, responsables de ‘Los cuentos de Hoffmann’.

En una Europa gobernada por Verdi y Wagner, Gounod desarrolló un estilo orgullosamente francés. Un festival de melodías bellas e imaginativas, de gran lirismo y dulzura, y refinados pasajes orquestales. Si bien los momentos de virtuosismo vocal parecen italianos, la gracia, la claridad, la ternura y la elegancia continúan la tradición patria de Lully. La expresividad del tenor, especialmente en los recitativos, abrió la puerta al lenguaje declamatorio de Debussy o Massenet.

En ‘Romeo y Julieta’, la estructura se articula en torno a los duetos. Cada acto contiene uno, del encuentro en el balcón hasta la muerte en la cripta, pasando por el del amanecer, con la bella alegoría de la alondra y el ruiseñor. Incluso permiten el uso de algunos leitmotive, que regresan al final como un flashback. Maestro de la instrumentación, acude a los violines para el intimismo, y a los metales y la percusión para el desgarro, ya desde la impactante obertura, de atmósfera funesta. El beso del cuarto acto da lugar a una explosión sonora irresistible, mientras que el desenlace mezcla erotismo y agonía, y se compara con el de ‘Carmen’. En cambio, el esquema de números cerrados –en cinco actos, con ballet– es heredero de la grand opéra de Meyerbeer, y la nitidez armónica, de Mozart.

Según sus diarios, el argumento le había interesado desde joven, cuando asistió a los ensayos de la sinfonía de Berlioz, de la que memorizó el tema principal a piano. Una diferencia entre su ópera y el drama original es que en Shakespeare son las instituciones –familia, Iglesia– las que se culpan de la muerte de la pareja y reconocen la legitimidad del amor verdadero. Sin embargo, Gounod –que de estudiante, en Roma, estuvo a punto de ordenarse sacerdote, y que escribió música religiosa hasta el fin de sus días– hace que los amantes, en su lecho de muerte, pidan perdón a Dios.
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