Juan Diego Flórez se corona en la Ópera de Viena

La ópera de la capital austriaca celebró su 150 aniversario con ‘Lucia di Lammermoor’, de Donizetti, cumbre del romanticismo italiano

Javier Heras
11/11/2021
 Actualizado a 11/11/2021
El tenor peruano Juan Diego Flórez en la ópera ‘Lucia de Lammermoor’.
El tenor peruano Juan Diego Flórez en la ópera ‘Lucia de Lammermoor’.
En Viena, el papel de Edgardo lo han cantado los más grandes: Araiza, Bergonzi, Kraus, Carreras. Solo un tenor actual podría darles relevo: Juan Diego Flórez. El peruano ya había debutado en el rol del héroe de ‘Lucia di Lammermoor’ en Barcelona, y continuó en la Ópera Estatal de la capital austriaca, donde demostró esplendor vocal y una emisión brillante. Junto a él, la soprano rusa Olga Peretyatko, muy aplaudida en el MET neoyorquino, el barítono rumano George Petean y el prometedor bajo surcoreano Jongmin Park, arropados por la orquesta de Evelino Pidò, uno de los mayores especialistas en bel canto.

La Ópera de Viena, inaugurada en 1869, recuperaba una de las cimas del romanticismo italiano. 'Lucia di Lammermoor', de Gaetano Donizetti, formó parte del repertorio de este teatro hasta 1926 y no regresó hasta 1978, con Edita Gruberova al frente. En 2019, para celebrar su 150 aniversario, acudía a un director de escena ovacionado allí hace unos años con 'La fille du régiment'. El francés Laurent Pelly, que también se encarga del vestuario, en tonos oscuros, busca «ante todo, evitar el realismo», como explicó en rueda de prensa. Su ambiente de misterio se corresponde con esta obra, «que es más como una película de terror: la historia de una niña frágil, manipulada por todos los hombres que la rodean».

Este  jueves a las 20:00 horas Cines Van Gogh retransmite la grabación de aquella velada. Con ‘Lucia’, de 1835, el genio de Bérgamo (1797-1848) asumía su reinado de la música italiana, tras la jubilación de Rossini y la muerte de Bellini. La compuso en seis semanas bajo la presión de crear una obra maestra. Se basó en uno de los escritores de moda en la Europa de principios del XIX, Walter Scott. El autor de Ivanhoe representaba los ideales del Romanticismo, como puso de manifiesto en ‘La novia de Lammermoor’ (1819): sucesos trágicos –el amor imposible entre dos miembros de clanes enemigos–, una ambientación gótica (castillos, cementerios), un contexto histórico sangriento (la Escocia del XVI), elementos sobrenaturales (fantasmas, sombras), naturaleza salvaje (bosques, tormentas) y una exaltación de las emociones que desemboca en la enajenación de la heroína en su noche de bodas.

Donizetti y a su libretista, Salvatore Cammarano –por entonces desconocido, pero después célebre por ‘Il trovatore’, de Verdi–, elaboraron un texto conciso y trepidante. En cuanto a la partitura, se considera una de las cimas del bel canto, corriente que dominó el primer tercio del siglo XIX. Se caracteriza por el despliegue de melodías hermosas, cantables, sin importar la situación. Por ejemplo, en el famoso sexteto ‘Chi mi frena’, Edgardo, enemigo de los Ashton, interrumpe la boda de su amada Lucia con otro hombre. Los personajes se odian, y el enfrentamiento se refleja en sus versos… pero no en sus voces, bellas y armonizadas. La música debía ser agradable al oído en todo momento, sin lugar para las disonancias. Donizetti lo entendió y conquistó a la audiencia con su don melódico.

Toda la atención se destinaba al lucimiento de los cantantes, que desplegaban su técnica en las llamadas coloraturas: trinos, mordentes, sobreagudos… De ahí que abundaran las «escenas de locura», excusa para cantar ornamentos de toda índole. Aquí Lucia se derrumba de la tensión, y Donizetti lo acompaña con un instrumento insólito, la armónica de cristal. De timbre etéreo, insinúa la inestabilidad de la heroína y conecta con su universo fantástico. La orquestación, dentro de su sencillez, logra efectos brillantes, desde el preludio, que transmite un ánimo fúnebre con los vientos metales, hasta la tormenta y el cementerio del tercer acto.

El compositor de ‘L’elisir d’amore’ aprovechó que contaba con dos de los mejores cantantes del mundo, la soprano ligera Fanny Tacchinardi-Persiani y el tenor Gilbert du Prez, más tarde famoso por «inventar» el do de pecho. Logró su mayor éxito pese a los imprevistos, de la amenaza de cierre del teatro a la censura de Nápoles (que prohibía los suicidios en escena). ‘Lucia di Lammermoor’ pronto se extendería por Europa: el público adoró esa música exquisita y se identificó con su protagonista. En ‘Madame Bovary’, Flaubert describió la fascinación que le producía a Emma.
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