Jóvenes, a pesar de sus 103 años

Los atlantes y cariátides del edificio número 39 de la calle Padre Isla, un rara avis

Gregorio Fernández Castañón
11/07/2022
 Actualizado a 11/07/2022
El atlante y la cariátide del edificio número 39 de la calle Padre Isla | Camparredonda
El atlante y la cariátide del edificio número 39 de la calle Padre Isla | Camparredonda
Cuando una cariátide y un atlante ofrecen su apoyo sin condiciones, se asegura el peso y la belleza. Y si son dos parejas, entonces la balanza se equilibra más… a nuestro favor.

No puedo remediarlo. Cada vez que paso por debajo de ellos me duele el cuello por intentar descubrir con mis ojos el dolor de tanto esfuerzo y el motivo de su permanente desnudez. Y, porque superaron los oscuros vaivenes de la censura más dictatorial, están ‘vivos’ de milagro. En realidad, en aquella feria del frío cultural («y no os quejéis») eran la diana donde se encontraban las miradas lujuriosas de los adolescentes con los escandalosos rezos de las beatas que, santiguándose de reojo, buscaban la redención de sus almas en el interior de la iglesia de Renueva (la vieja), justo enfrente. Su salvación, la salvación de estos cariátides y atlantes, ¿fue obra de la indiferencia? Puede. Así lo creo, porque no logro entender cómo la tensión muscular en brazos, piernas y, sobre todo, la de los pechos no fuera motivo suficiente para bajarlos de su pedestal y arrojarlos a la hoguera del olvido.

Eludirlos entonces, para que nos entendamos, ha hecho posible que hoy disfrutemos de su eterna juventud, a pesar de que ya tienen 103 años. Y se conservan sin arrugas, como ayer, y son blancos; tan blancos como la nieve o más tras el movimiento armónico de los últimos pinceles sintéticos por todo su cuerpo. Lástima que el paso continuo de serpientes eléctricas, a sus espaldas, y de cajetines de muy diversa índole a su lado, llene la candidez de la mirada con sucias turbulencias.

Estoy hablando de los atlantes y cariátides existentes en el edificio número 39 de la calle Padre Isla, de León. Estoy intentando destacar estos motivos escultóricos que sostienen los voladizos. Y estoy alabando la obra valiente de un arquitecto, Manuel de Cárdenas Pastor, quien, en 1919, promovido por Melchor Martínez –‘El Ceremonias0–, realizó este edificio cargado de otros guiños más que sobresalientes: con esos frontispicios de la cornisa o las ménsulas y guardapolvos de los balcones. Un edificio protegido (hasta cierto punto), lleno hoy –ya lo he dicho y lo siento– de asfixiantes ‘zarzas trepadoras’ y de ignominiosos ‘floreros’ de plástico que violan la propiedad intelectual de Manuel de Cárdenas; rasgan la belleza en el lienzo de su fachada; detienen el pulso lírico y poético de este edificio que, con viva voz, nos habla, y sobre todo dañan la inteligencia. El progreso energético –bien se sabe– no se altera, ni a nadie perjudica, si su avance tan poco atractivo se esconde bajo tierra.
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