08/03/2018
 Actualizado a 09/09/2019
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Durante muchos años, cada vez que me sentía deprimido o rabioso o desasosegado agarraba el coche y me largaba para el Bierzo. Muchas veces no me hicieron falta esas excusas, ya que por motivos de trabajo tenía que ir una vez cada quince días por obligación. ¡Bendita obligación!, por otra parte. El Bierzo es, para un servidor, un sedante. Nada más bajar el Manzanal te olvidas rápidamente de la dichosa meseta y de las estepas maragatas, muy bellas, ciertamente, pero pobres. El Bierzo es una especie de jardín del Edén que mutó el Tigris y el Eúfrates por el Sil y el Cúa. Pero los lugares, por hermosos que sean, y en el Bierzo son muy numerosos, no valen para nada sin los hombres. Y estos son muy especiales. Ni son gallegos ni son leoneses; ni asturianos. Son bercianos y ellos lo recalcan cada vez que pueden, aunque no venga a cuento. Es algo recurrente y a mi no me molesta. Los bercianos tienen mucha historia a sus espaldas. Viene de lejos, de los Astures, que también lo eran sus primitivos habitantes. Luego los romanos, los suevos y los visigodos habitaron sus tierras. Y muchos mozárabes que huyeron de su tierra, el bendito sur; por si esto fuera poco, cuando en el año novecientos y pico se descubrió la tumba del apóstol Santiago, en Compostela, la avalancha de peregrinos de todas las naciones de Europa que pasó por sus caminos fue innumerable, cosa que aún hoy ocurre. Muchos de ellos se quedaron a vivir en el Bierzo. Durante muchos años en Villafranca hubo dos alcaldes: uno para los francos y otro para el resto de sus vecinos. Quiero decir que hay una mezcolanza enorme y eso siempre es una bendición de Dios, porque de las mezclas de culturas siempre sale algo bueno y hermoso. El Bierzo es rico, siempre lo fue. Las minas dejaron muchos cuartos en sus casas, pero por la ineptitud de los políticos patrios se murieron de muerte violenta, no natural. Es un pecado que deberían tener sobre su conciencia, pero, como no la tienen, duermen como troncos sin importarles en absoluto lo que han destruido. Es una batalla perdida, pero de vez en cuando es menester recordarla, porque se puede perdonar todo menos la estupidez y la soberbia que todos los políticos que hemos tenido que sufrir tienen a toneladas. El Bierzo pagó esa factura, pero vivirá. Tienen la mejor huerta de esta comunidad artificial en la que vivimos y uno de los mejores vinos de España; y no exagero. Habrá pocas cosas más placenteras en esta vida que sentarse a la mesa en una casa berciana y comer un botillo con berzas y patatas y abrir una botella de cualquier vino de la comarca y esperar a que el mundo se detenga por la colisión de un meteorito, por la explosión de una bomba atómica o porque es lo que corresponde después de semejante pitanza. Y beber un café de puchero bautizado convenientemente con un chorro de orujo de Baelo, el de Quilós. Y no tener prisa. En estas tierras la prisa nunca es buena; la prisa destroza el sistema nervioso y el social, empequeñece a los hombres, los hace esclavos de las más turbias pasiones. La calma, y mucho más después de haberse aparejado una comida como la dicha, es necesaria y conveniente. La calma hace que todo se asiente, tanto en el estómago como en el cerebro y para digerir el botillo y las berzas lo mejor es cerrar los ojos y soñar con cualquier cosa agradable: una playa del Índico, una montaña nevada, (no la de la canción de la época pretérita), una hermosa mujer que nos tiene comido el seso...; o leer un buen libro, que era lo que hacía Nero Wolfe, el detective, después de dar cuenta de una de las maravillosas comidas que le preparaba el inefable Fritz.

El vino del Bierzo es una sensación para los sentidos, no tengáis duda. No tiene malicia, lo que es muy importante para los que lo bebemos con cierta frecuencia. La malicia la dan la edad, los resabios del tiempo, los palos que recibimos por la vida. La juventud es una época de inocencia y de aprendizaje, y es lo que ocurre con los vinos de esta Comarca. Los vinos jóvenes de Bierzo son un alegría para la boca y para el estómago, para el paladar y para el cerebro, porque no lo embrolla con cuentos y con dimes y diretes, que es lo que hacemos los viejos cuando nos dan la menor oportunidad; o contamos las batallas de la mili o del internado; o protestamos porque los indeseables que nos gobierna nos congelan las pensiones que nos hemos ganado con nuestro esfuerzo. Lo malo es que siempre votamos a los mismos: a los que mandan en ese momento. Y nos olvidamos, muy a menudo, de lo putas que lo pasan nuestros jóvenes, que trabajan ganando un sueldo de miseria y muchos tienen que emigrar..., y es una pena. No nos olvidemos nunca de los vinos jóvenes del Bierzo. Es la única manera de disfrutarlos.

Y ya sabéis, ¡cuidado, que vienen los rusos!
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