26/04/2020
 Actualizado a 26/04/2020
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No sabes, José María, hasta qué punto la congoja se apoderó de mi espíritu con la inesperada noticia de tu muerte. Yo soy uno de los muchos miles de españoles que te apreciaba y admiraba a través de tu palabra. Esa admiración no solo provenía del pasado por el coraje y la valentía que mostraste cuando habitabas en el País Vasco, amenazado de muerte por ETA, sino por tus acertados y brillantes análisis sobre distintos campos de la vida política y social de nuestro país y del mundo entero.

Pese a lo cruel e inesperado de tu muerte, estoy seguro, José María, que no estarías muy de acuerdo por los denuestos que estamos oyendo sobre la criminalidad de este virus que se ha cebado con tu vida –lo que ETA no consiguió– y es responsable ya de miles de españoles en nómina funeraria. Tu clarividencia nos hubiera advertido que lo que está ocurriendo con el covid-19 es, aunque inesperado y poco o nada conocido, un hecho natural. Que aunque sea un bicho invisible, insignificante, microscópico, es un ser vivo que tiene que alimentarse y que somos precisamente los humanos los que mejor saciamos su apetito. Y tan natural es eso como que los humanos también matamos a otros seres de la madre naturaleza, mamíferos, plantas, peces, y, además nos los comemos hasta con gula.

Tu clarividencia tampoco hubiera defendido que todo esto que estamos padeciendo es un castigo de Dios por nuestros pecados, como cuando antaño así se decía de las pestes y desastres naturales y sus efectos mortíferos a través de ciclones, terremotos o volcanes. Simplemente podías quejarte de que la muerte te había venido antes de tiempo.

Aparte de otras coincidencias, José María, ambos teníamos un par de cosas en común. Los dos somos leoneses, medio bercianos. Y a esto añado colaborar inscritos en un mismo libro. Se titula ‘Valor y memoria’, y fue con motivo del homenaje que se hizo a Encina Cendón –madre del actual Secretario General del PSOE leonés Javier Alfonso Cendón y fundadora de la Asociación de Estudios sobre la Represión en León (Aerle)–. Un libro en el que ambos participamos en unión de otros 38 autores entre los que figuraban Antonio Gamoneda, Julio Llamazares, Secundino Serrano, Rogelio Blanco, Alfonso García, Pedro Trapiello, Eduuardo Aguirre, José Antonio Martínez Reñones, Ramiro Pinto o Antonio Morala. En este libro, en el que ponías de relieve lo libre, vital y tenaz de la homenajeada, yo hice públicos unos versos que también humildemente te aplico.

El día de tu muerte, José María, mi mente somnolienta contempló tu cuerpo hundiéndose en las profundidades de la tierra. Y estas fueron las palabras: «Como la bandera que al cabo del día la bajan del mástil cansada y doliente de tanto ondear, así cae tu cuerpo en la tierra herida después de penoso y duro bregar. La recia maroma que mueve el oficio más viejo del mundo desde el padre Adán, la tensa un verdugo entorno a mi cuello en esta mañana de armisticio roto en que un dios de guerra destruyó la paz. Una nube espesa me vela los ojos con su lluvia ardiente, viscosa y salobre y un batir de piedras inmisericordes azuza el galope de mi corazón, ecos destemplados de tambor de reo que anuncian crueles el sumario juicio de la inhumación. Cuando la asamblea de todos los muertos pide fervoroso por los que quedamos siervos de la vida, cual hambrientos lobos solo apetecemos a golpe de trueno que el odio nos robe el vicio de amar. Aún no sé, José Maria, a que huelen las rosa detrás de la vida. Mas, todavía, con los ojos abiertos, si sé qué tristes, que solos, nos dejáis los muertos».
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