14/03/2020
 Actualizado a 14/03/2020
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Quién es la maravilla/que arma la marimorena», así comenzaba la cabecera de una de las mejores series de televisión. José Álvarez, Juncal como dice la copla, era un torero más artista que Belmonte y más valiente que Espartero. Siendo figura, una mala cogida le dejó una cojera y tuvo que retirarse cuando estaba en lo más alto de su carrera. En una de las magníficas escenas, su hijo, quien también probó fortuna en quizá la profesión más bonita del mundo, en la soledad del hotel y unos horas antes de hacer el paseíllo le pregunta por el miedo. Juncal le cuenta que un amigo periodista, don Raimundo Contreras y Tortosa, trincón y con muy mala leche, al que le sacaba la manteca (el famoso «sobresueldo»), le enseñó todas las palabras que quieren decir miedo, porque así te acostumbras y lo espantas, ya que lo conocido no asusta. Y de esta manera, el gran Juncal le recitó de memoria a su hijo todas las palabras que significan miedo: temor, recelo, rescoldo, aprensión, cuidado, sospecha, desconfianza, cerote, medrana, pánico, canguis, canguelo, julepe, jindama, pavor, mieditis, espanto, terror, susto, horror y repullo.

Hoy he ido con la madre en apuros a un supermercado a hacer la compra, y si tuviera que explicar lo que hemos vivido no sabría cuál de todas ellas lo definiría mejor. Poniéndole un punto de humor a esta situación que es muy grave, aunque algunos aún siguen creyendo que es una gripe (un poco más fuerte), les diré que esos comportamientos solo atienden a dos tipos de gentes: los que no tienen miedo a caer por el coronavirus, pero tienen un canguelo terrible a morir de hambre, y los que prefieren arriesgar e ir a trabajar, porque temen más a la nevera llena que al virus, entre los que me incluyo. Porque me conozco, y con café y leche para mojar puedo ponerme como el genial Adam Richman de Crónicas Carnívoras.

Me he fijado muy bien y los carros no van llenos de pasta, latas de atún, aceite o huevos. ¡No, no! los carros van hasta arriba de cervezas, galletería y por supuesto, el ansiado papel higiénico. Una vez en el lineal he intentado mantener la calma, pero el personal allí presente consigue hacer que pierdas los papeles y te unas al festín, preso del pánico, y acabes siendo uno de los más rápidos cogiendo cosas que nunca has comido y que no tienen sentido, como botes de melocotón en almíbar o colutorios con aloe vera.

Estamos viviendo una situación excepcional y debemos ser responsables, de nada sirve que nos manden a casa a trabajar si luego cogemos el coche para ir a Gijón a la playa de San Lorenzo, que ha quedado buen día.
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