28/08/2019
 Actualizado a 19/09/2019
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Estos días algunas personas, carezco de datos cuantitativos, andamos con la conciencia y el alma apasionada e ignita ante los muchos incendios que asolan el planeta Tierra, patria de la humanidad y, por tanto, sin que signifique minusvaloración alguna, más allá de los que asolan recursos y paisajes más o menos cercanos (el estado de todos ellos se puede consultar en Active Fara Date, plataforma que ofrece gratuitamente la Nasa con seguimiento de incendios en tiempo real). No soy perito en nada, pero algo sí recuerdo, de cuando me desbastaban, de las imprescindibles funciones benéficas que los árboles y plantas del reino vegetal cumplen para la vida humana y animal en esta Tierra, repito, patria de la humanidad.

Si atruenan las llamadas a la movilización contra los que arrasan la Amazonía –me llama la atención la cantidad de personas que dominaban el portugués o brasilero hasta que se tradujeron algunos mensajes– más atruena aún, y en mi opinión, el silencio que rodea o encubre los que están devastando otras grandes áreas forestales, pertenecientes bien a grandes potencias económicas o bien a los desheredados de mundo y tierra. Como que las llamas y el oxígeno, como que el medioambiente, también supiesen u obedeciesen a las muchas sectas «ideológicas» –entrecomillo por estimar que les queda grande el término compuesto: les sobra «ideo» (idea) y los esclarece «lógica», la suya– nos pretenden convertir a fe ciega a sus amenes.

No es de extrañar, mejor, no me extraña, esta mayor sensibilidad con la Amazonía, pues, además de facilitarlo el ruidoso, provocador e indeseable Bolsonaro, podría verse afectada, entre otras, la hoy evolucionada etnia Suhar (mal conocida como jíbara), de la que sin duda, aunque refinadamente, vienen aprendiendo nuestros lamentables líderes ‘urbi et orbi’ a jibarizarnos (‘tzantza’), no los cráneos que sería macabro, sino el cerebro que les es más rentable. Además no exige técnicas que supongo poco higiénicas, sino, sencillamente, se nos jibariza azuzando lo más primario de cada cual con ocurrencias, tuits, descalificaciones, si no insultos, y grandes proclamas. Como que principios y argumentos estuviesen prohibidos o, lo que es peor, se nos considere incapaces de comprenderlos, aceptarlos o rebatirlos.

Acaso llegada sea la hora de que filósofos y poetas, poetas y filósofos, dispares en extensión, pares en búsqueda de la verdad, comiencen a alzar su voz en una llamada a que: ¡Viva la inteligencia!

¡Salud!, y buena semana hagamos y tengamos.
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