Jesús Díez Fernández y la nada azul

Por José Javier Carrasco

26/05/2021
 Actualizado a 26/05/2021
El escritor Jesús Díez Fernández.
El escritor Jesús Díez Fernández.
¿Qué nos mueve a elegir el libro de un autor desconocido, que nada nos dice? Podría ser el título, que nos resulta sugerente o el párrafo leído al azar después de abrirlo. Quizá la breve reseña que figura en la contraportada o incluso la fotografía de la solapa del autor. Han pasado muchos años desde que adquirí el libro de relatos ‘A devanar, a devanar’, de Jesús Díez Fernández, en 1995, en la librería Pastor de León, y no puedo determinar cuál de las razones anteriores me decidió a comprarlo. Como tampoco sé por qué deje en su interior una nota con un aviso de mi hermana comunicándome la llamada de una amiga, a la que añadí la fecha en que fue hecha esa llamada: veintinueve de enero de 1995, unos meses antes de la publicación del libro. Imagino que la nota, escrita en papel azul, sirvió de improvisado marcapáginas. Las pastas del libro son también azules y puede que me resultara sugerente la idea de que las pausas en la lectura fueran señaladas por el mismo color de aquel libro, que pasaría a formar parte de mi biblioteca, de todo aquello que ayuda a que seamos y pensemos de una forma y no de otra. Veintiún relatos de corta extensión que he vuelto a leer, y algunas de cuyas imágenes han regresado desde algún registro de mi memoria, como cuando se recupera la trama de un sueño una vez despiertos, aprehendiendo una materia huidiza difícil de captar. No son las imágenes de Jesús Díez Fernández fáciles de representar, una forma de expresarse a la que estemos acostumbrados como lectores. Domina en muchas de ellas el lenguaje, que es necesario descifrar como un acertijo, propio de un poeta: «Los chopos eran ferrocarriles de otoño, en los que hablaba una noria de cabellos encanecidos. Se ofrecían a sus ojos en hilera, como ancianos cenceños, eran como estatuas lentas y desconchadas, de venas largas, abultadas, que el léxico del tiempo había modelado en su ausencia», «Junio había comenzado a dibujarse sobre el paisaje del río Curueño. Los labios de aquella primavera, hoy ya lejana, hervían de alaridos de salvia, ebriedad y ternura. Se quedaban adheridos, más allá incluso del perfil de los corredores de madera, en cuyos barandales colgábamos los libros abiertos por la luna.»... Lenguaje cifrado en un código personal, en ocasiones enigmático, a lo largo de esos veintiún relatos que despliegan ante nuestros ojos un mundo desaparecido, de ámbito rural. Memoria de los recuerdos de la infancia del autor en Sopeña de Curueño, de sus gentes, oficios, celebraciones, espacios vividos y del disfrute de un amor siempre gozoso, de un tiempo condenado a desaparecer en la etapa de una España desarrollista, que se olvidaba de su pasado y enterraba sus señas de identidad como una mercancía inútil. La memoria barroca de Jesús Díez, en un ejercicio necesario de supervivencia poética, que rescata el pasado a través de un libro de pastas de color azul.
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