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Javier Cercas: «Lo raro no es la guerra, es la paz»

02/05/2022
 Actualizado a 02/05/2022
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Tras la pandemia, vuelvo a quedar con Javier Cercas, presencialmente (ahora hay que advertirlo, porque lo virtual ha venido para quedarse). Me alegra mucho reencontrarme con él. En el pasado tuve la oportunidad, y el privilegio, de entrevistarlo varias veces: quizás la cosa comenzó con ‘Las leyes de la frontera’. Recuerdo que aquella fue una entrevista larga y prolija, en la que comprobé cómo Cercas ponía en funcionamiento su capacidad de análisis sobre cómo nos influye la Historia, cómo transforma nuestras vidas, cómo los seres humanos somos seres históricos, donde lo colectivo y lo personal se funden. Y también era fácil de detectar entonces su preocupación por conceptos como la libertad y la verdad en las vidas de la gente.

Por entonces llegué a la conclusión de que Javier Cercas era un escritor político. Aunque cabe preguntarse si uno puede dejar de serlo, siguiendo la opinión de Aristóteles. De alguna forma, sus novelas medraban a partir del tejido de la Historia, del franquismo, de la Transición, de la implicación en ciertos hechos, de haber pertenecido a esto o a aquello, de haber falsificado o no la biografía, de haber defendido, por ejemplo, causas equivocadas.

Cercas era capaz de tejer historias sobre la Historia, siguiendo a veces senderos poco conocidos, o inesperados, con resultados muy interesantes, mezclando realidad y ficción con eficacia, haciendo una especie de periodismo novelesco o de novela periodística, o como quiera que se llame, al menos en algunas ocasiones. Generó un lenguaje muy curioso, un estilo que apenas ha modificado, aunque sus novelas actuales, como la última (‘El castillo de Barbazul’, publicada por Tusquets), sean diferentes de las que le llevaron al éxito internacional.

Más tarde, y tras ‘El impostor’, recuerdo que tuve la oportunidad de participar con él en una de las presentaciones de ‘El monarca de las sombras’, un libro que toca muy cerca su propia historia y la de su familia. Más que nunca, el Javier Cercas que se colaba a menudo en sus propios textos (también sucede en ‘El castillo de Barbazul’, el final de las novelas de Tierra Alta, con notable carga irónica o humorística), se presentaba aquí con material propio, como investigador de sus antepasados, en concreto de su tío abuelo, Manuel Mena, que murió siendo un muchacho en la Batalla del Ebro, como él ha dicho «en el lado equivocado de la historia».

Es una gran novela sobre las fragilidades del ser humano, sobre la dificultad de asumir el pasado incómodo, por eso tardó, me dijo entonces, en publicarla, aunque hacía mucho tiempo que la novela estaba en su cabeza. Sólo cuando se sintió preparado para ello llegó esta nueva incursión en el lado más íntimo de la Guerra Civil. ‘El monarca de las sombras’ pone en cuestión conceptos como ’patria’ y ‘heroísmo’, los somete a escrutinio y a comparaciones, pues no es lo mismo la patria personal, la pequeña patria de cada día, que la patria horaciana, que la patria por la que Manuel Mena murió, envuelto por las olas de la Historia, y que le convirtió durante décadas en un héroe familiar.

Hasta ahí llegó ese Javier Cercas. Hoy, en esta nueva reunión con él (sin una cerveza a mano: la barra del hotel está clausurada por las tardes), le pregunto qué queda de aquella explosión literaria que fue ‘Soldados de Salamina’. Un libro que leyó todo el mundo. Un libro del que hablaba todo el mundo. Le pregunto por eso porque recuerdo nuestra charla tras ganar el Premio Planeta con ‘Terra Alta’. Entonces manifestó que era otro Cercas, que había venido para reinventarse. Que ‘Terra Alta’ iniciaba otra cosa, otro viaje, fruto de un cambio radical en su aproximación a la literatura, como veríamos en seguida. Luego supe que ‘Terra Alta’ llevaba ya escrita mucho tiempo. Pero él no sabía aún que daría lugar a otras dos novelas más: «en realidad nunca las concebí como historias separadas: es la misma novela», me dice ahora.

«Fue muy difícil salir de ‘Soldados de Salamina’, para qué te voy a mentir», me espeta. Hemos venido a hablar de ‘El castillo de Barbazul’, pero con Cercas tengo siempre esta especie de sentido de la continuidad, empezamos una charla donde hemos dejado la otra. «¿Cómo salir?», le digo. «Sí, salir del éxito». Estaba abrumado. Ya he contado más veces eso que me dijo Susan Sontag, que fue tan amable de escribir unas líneas sobre la novela. Cuando comprobó de primera mano en qué se había convertido el fenómeno de ‘Soldados de Salamina’, en realidad se lo explicó Enrique Murillo, me dijo: «mejor márchate a Hong Kong». Reímos. ‘Soldados de Salamina’ parece ya un pasado muy remoto. «Mis novelas anteriores no tuvieron ninguna repercusión. Pero esta lo cambió todo. Me cambió la vida, desde luego. Tenía cuarenta años, desconocía el mundo literario. Vivía en Girona, había estado en Illinois… Había trabajado en la universidad. Pero era un bebe en lo que a la literatura se refiere. Así que ya puedes imaginarte lo que supuso todo aquello. Y publiqué entonces ‘La velocidad de la luz’, y de alguna forma salí de este asunto. Fíjate que es un libro aterradoramente triste, lleno de culpa, de dolor… Ni siquiera es de mis libros favoritos. Ahora, ‘Soldados de Salamina’ fue la novela que me convirtió en escritor. Dicen que Flaubert detestaba a Madame Bovary, el personaje que le llevó al éxito. No lo creo, pero, desde luego, yo no he detestado jamás ‘Soldados de Salamina’. Ni lo haré nunca».

«Si yo soy Melchor Marín (el protagonista de las novelas de Terra Alta), será en lo malo. En lo bueno no», me dice. «Cuando concebí al personaje estaba lleno de furia. Melchor nace de ‘la parte maldita’, que diría Bataille. Eso que llevamos dentro: el dolor, la sed de venganza, la oscuridad. Quien no ha sentido esas cosas, o es un mentiroso o es una máquina. Y en 2017 yo tenía un hervidero de todas esas cosas dentro de mí. Tiene una parte luminosa, tiene una pureza moral, pero está lleno de todo eso. Creo que ‘El castillo de Barbazul’ será el último de Terra Alta. Podría haber una cuarta, pero…», explica Cercas casi sin pausas, encantado de responder preguntas. Porque a Cercas le encantan las preguntas.

Hablamos, finalmente, de la guerra. De la guerra que ha vuelto. «Verás, Melchor Marín tiene una virtud que para Churchill era el compendio de todas las virtudes. El coraje. Es difícil entender por qué se impone el matón, qué está pasando. El matonismo está cerca de la cobardía, no tiene nada que ver con ser valiente. Creímos que nuestra generación no vería guerras, que nos habíamos salvado. Pero es que lo raro es la paz. En Europa lo normal ha sido la guerra. Llevamos matándonos unos a otros desde siempre. No deberíamos extrañarnos tanto de lo que pasa».
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