Jardines, historias...

De repente, en la carretera, un jardín impensable, por cualquier punto de la provincia. Un elefante, un cocodrilo, un tipi indio, piedras traídas día a día por un minero jubilado, una vespa, un tren, don Quijote, la historia escrita en piedra o el museo de Escobar... Y detrás de cada jardín, una historia, un personaje...

Fulgencio Fernández
10/06/2018
 Actualizado a 19/09/2019
El huerto que Pozano fue haciendo pieza a pieza en Sotillos y sus nietos conservan como su memoria. | MAURICIO PEÑA
El huerto que Pozano fue haciendo pieza a pieza en Sotillos y sus nietos conservan como su memoria. | MAURICIO PEÑA
Llegando a Mansilla se te puede aparecer un enorme Don Quijote montado a caballo, como corresponde; en Villafalé todo un mundo agrícola con sus vacas y carros permanece a la orilla de la carretera; en San Feliz conviven un elefante y un cocodrilo con una lámpara maravillosa; en los Barrios de Gordón convive la historia en piedra con la escultura hecha vida; en Sorribos de Alba vive y es presidente un singular Águila Roja que lo mismo se esconde en un tipi indio que en una nave espacial o un chozo... muchos ejemplos más hasta llegar a Escobar, el de Matallana de Torío, que tiene en el camino de Orzonaga una finca tan caótica y cargada de cosas que ni él mismo acierta a explicar. Baste decir que el viejo coche que hizo historia en la comarca —un recordado LE-10.000— lo tiene en la cochera, lo que ocurre es que lo tiene en el techo, no en el interior. Y es que en muchos de los casos el jardín lo que esconde es la historia del personaje que lo ha creado. Por ejemplo, en el huerto que tantas veces habrán visto quienes encaren el valle de Sabero por la carretera de Boñar, en Sotillos, lo que realmente se guarda es la memoria de Fidel Martínez, Pozano, que mantienen viva sus nietos Bea y Álvaro. En Sotillos los nietos de Pozano mantienen aquel huerto que él hizo piedra a piedra  Pozano —así llamado porque regentó un bar con este nombre— fueun viejo luchador, a punto de ser fusilado. «Trabajé en la mina, estuve preso por rojo -que no sé donde me vieron el color pues yo me veo blanco como todo el mundo- volví a la mina, me jubilé, puse un bar, me cansé, lo cerré y ahora tengo una huerta…». Y en esa huerta fue dejando esculturas en chapa, fruto de sus mañas para la mina, y otras en piedra. «Cada día salgo a dar un paseo, traigo una piedra y hago algo con ella».Un singular jardín que allí sigue aunque haga unos años que falleció porque Bea y Álvaro le rinden así homenaje a un abuelo por el que sienten pasión, a quien grabaron cuando les contaba historias de la mina o aquel pasaje del día que «el abuelo creyó en los milagros». - Es que los hay, ¿cómo fue que no me mataron aquel día que entramos en un caserío, en una finca enorme, con ermita y campanario. Nos dijeron que nos quedáramos allí, estábamos huidos por el monte, y era una trampa, mortal, empezaron a disparar desde todas las ventanas, veías caer a los compañeros, más de la mitad en un momento. A mi me dieron en una pierna, me vi muerto y ellos me dieron por muerto, pero bajó una niebla muy densa y pude escapar ¿Haymilagros?».

No lo sé. Lo que sí hay es un jardín que recuerda a Fidel.

Unos pocos kilómetros más abajo, en Olleros, hay otro jardín en el que los coches se detienen a mirar y preguntar a Carlos y Mari Paz qué significa. Muy cuidado, con una tren de madera recién restaurado, una Vespa vieja pero pintada cada año de un color... contrasta con lo que se ve a ambos lados, en uno el castillete que nos recuerda que allí hubo mina y el Herrera I y del otro lo que fue campo de fútbol del Hulleras de Sabero y hoy sólo es campo de ortigas.

- ¿Cómo reúnes las piezas?
- Unas de las dan, otras son de la familia y las iban a tirar, como la Vespa, y así me entretengo, aunque no me sobra el tiempo;explica Carlos, natural de Las Salas y que, curiosamente, compró este terreno que se llama Finca Salas. «No se lo puse yo, se llama así».

Quien sí le puso el nombre de La Peralina a su finca es Javi, que también se bautizó a sí mismo como Águila Roja, nombre tomado de la popular serie de televisión y cuyo protagonista «me fascina».

El Águila Roja de Sorribos sigue añadiendo elementos a un lugar inclasificable Javier Suárez Sierra o Águila Roja es presidente de Sorribos de Alba desde hace décadas y se ha jubilado de la Térmica de La Robla, lo que le deja tiempo para construir todo un mundo en esta finca en la que conviven: un tipi indio, una especie de nave espacial, un chozo de pastores, un tótem que preside el lugar y hasta dos merenderos cercanos para uso de quien camine por allí pues, como buen pedáneo —«desde la época de Adolfo Suárez»— tiene vocación de servicio. Lo ha hecho todo él, a mano, pues se le da bien la albañilería y la carpintería.

- ¿Y lo deÁguila Roja?
-Es un buen tipo, defiende a los suyos, y le gusta andar por los altos, por los tejados, por los montes... como a mí. Sería un buen presidente de Junta Vecinal... como yo.

Un manitas también es Arturo, de Villafalé, ganadero vocacional aunque tuvo otros oficios. «A veces pienso si me mereció la pena trabajar tanto y ahora que tengo tiempo pues hago una vaca, recordando las veces que la ordeñé, a mano; un toro, del que daba en pensar que con la fuerza que tienen y los tenemos ahí tumbados, para cubrir a las vacas y a tumbarse a descansar... y el carro y la maquinaria;allí están, a la orilla de la carretera.

Lo que no te puedo explicar, es inexplicable, como él mismo, es la finca o lo que sea de Escobar el de Matallana. Si puedes, que te lo cuente él... Tela.
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