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Jano saluda desde el umbral

04/01/2021
 Actualizado a 04/01/2021
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Es verdad que cambiar de año no va más allá de un salto simbólico, de un leve viaje en el tiempo. Apenas arrancar una hoja del calendario. Pero los actos simbólicos suelen tener más significado del que aparentan. Imagino la sensación de alivio que habrá acompañado a todos en las últimas horas de 2020, aunque sepamos que, en realidad, nada ha terminado, y que los límites del tiempo no pueden establecerse de manera tan categórica como quizás desearíamos. No conoce el virus que nos ocupa estas barreras invisibles, ni se preocupa por nuestros ritos y nuestras milenarias liturgias. Y, sin embargo, todo ello es necesario y oportuno, lo ha sido desde siempre, está en nuestra identidad cultural, en nuestros fundamentos antropológicos: necesitamos creer que algo nuevo empieza de verdad.

Así pues, las despedidas de 2020 han sido desabridas y airadas. No es para menos. El año que tanto prometía, esa cifra cargada de estética, ha demostrado ser uno de esos regalos envenenados del tiempo que de vez en cuando nos asaltan. No han faltado los que se despidieron con más alegría de la habitual, y eso a pesar de las restricciones y del inmenso luto que nos rodea, clamando ese «¡hasta nunca!», que puede parecer infantil, pero que sin duda es muy sincero. La sensación de que todas las horas cuentan, pero sólo la última mata, como decían los clásicos, de Horacio a Suetonio, ha resultado beatífica en el final de diciembre, que parecía no llegar. ‘Ultima necat’, en efecto, y así 2020 nos ofreció de pronto la imagen de un vestido viejo y andrajoso, de un ser monstruoso que se resistía a morir.

El fin de año siempre es un rito de transición, un umbral que hay que cruzar, pero en esta ocasión estábamos dispuestos a atravesar el Leteo o el Limia y olvidar, atravesar de verdad al otro lado, despojarnos de las crudas certezas, también de las incertidumbres, dejando para siempre la triste memoria en el pasado. Celebrar el fin de año siempre significó renovación, aderezada con el rito de la abundancia y la suerte que confieren las uvas de oro. Esta vez significaba comprobar que el cadáver de 2020 yacía al borde del camino.

Así que la transición temporal, el paso bajo el dintel del tiempo nuevo, se ha parecido a una huida de los infiernos. Quisiéramos desembocar a este lado como niños desnudos, sin pasado. Querríamos empezar verdaderamente de nuevo, como quien ha bebido esas aguas del olvido, pero nos tememos que la memoria persistirá férreamente, pues enero no es otra cosa que el mes en honor de Jano, el dios de las dos caras, que saluda con miradas opuestas, quizás con cierto don para la hipocresía.

Todas las civilizaciones antiguas han utilizado las puertas como símbolo de este tránsito, de este salto temporal. Puertas reales o ficticias, por las que se colaba el sol primero del solsticio, o aquellas otras que proveían abundancia y fertilidad. Así se construye la vida. Y no es casualidad que coincidiendo con el fin de año se abriera en Compostela la llama Puerta Santa, puerta en fin también, no sólo para los que sean creyentes, sino para los que vean en el camino que articuló Europa una especie de itinerario para el renacimiento.

¿Llegará ese Renacimiento después de la peste? Ocurrió otras veces, pero quizás aún estemos al principio del fin de muchas cosas. Si la civilización está en decadencia, si el mundo va a dejar de ser tal y como lo conocimos, no será algo que vaya a ocurrir mañana. El salto hacia este año nos trae la imagen nítida de Jano, el mes de enero, dios de las puertas, precisamente, dios de los umbrales, del recomenzar, pero con dos rostros, uno hacia el pasado y otro hacia el futuro.

No podemos beber las aguas y olvidar, no hay manera de hacerlo. Tendremos que caminar en esta línea del horizonte que es el fin de un año y el comienzo del otro, la línea que separa el mar del cielo, la línea que separa lo visible de lo invisible. ¿Realmente existe esa división tan nítida? ¿Realmente nos sentimos hoy como cuerpos renovados que están dispuestos a iniciar el camino, despojados de los viejos ropajes, aún con las cicatrices de las muchas heridas infligidas por un año inmisericorde? ¿O seremos todavía los seres hastiados, derrotados, recubiertos de luto, que se arriesgan a iniciar aún con más incertidumbre este enero cándido, lleno de la blancura de la nieve?

Quisiéramos ser esos niños sin pasado que desembocan en 2021, que caen suavemente sobre la nueva hierba. Pocas cosas se aprenden de lo malo, salvo el sabor amargo. Sin embargo, el umbral que cruzamos puede servir como rito de paso, como súbita maduración, como crecimiento sobre las brasas del dolor. La tarea del héroe consiste en restaurar el ‘status quo’ anterior, en devolver el paisaje perdido a sus moradores. ¿Será posible hacerlo? ¿Al final de travesía llegaremos por fin a casa? ¿O tendremos que conformarnos con el recuerdo de lo que fuimos, con contemplar sus ruinas humeantes? ¿Nos moveremos, como Janos desperados, entre la mirada de la nostalgia y la mirada del miedo?

No me parecen mal, sin embargo, las muestras de alegría. No sólo por el año que muere, sino por la historia aún no escrita. ¿Tenemos poder para escribir ese guion? ¿O aceptaremos que lo escriban por nosotros? ¿Recuperaremos el curso de la historia o nos rendiremos ante los nuevos profetas de la modernidad, lo que al parecer supone aceptar una derrota? Me río al pensar en esos propósitos del año nuevo con los que siempre soñamos. Esas cosas que inocentemente nos prometíamos, quizás para tener la satisfacción de no cumplirlas. ¿Qué son hoy esos propósitos? ¿Pensaremos en volver al gimnasio, en aprender idiomas? La tarea es tan inmensa que esas intenciones parecen juegos de niños. Más allá de la pandemia, que es la oscuridad que persiste, hay demasiadas cosas en juego. Tan colosal es a lo que nos enfrentamos que es mejor dejarse llevar por esa euforia de los primeros días, mientras el año se mantiene juvenil y lozano, mientras nosotros celebramos el paso por la puerta del tiempo y soñamos con lo que nos fue arrebatado.

La gran mudanza, si existe, deberá ser escrita por nosotros. No deberíamos dejar que nos arrebataran las palabras. El viaje de 2021 aún es desconocido y por supuesto, impredecible. Pero es tanto el temor, que corremos grave peligro de naufragio. Jano nos saluda desde el umbral. El nuevo tiempo ha comenzado, y quizás tengamos la experiencia de lo que no queremos, de lo que no pueden hacernos. Y quizás eso ayude. No querríamos recordar el pasado oscuro, pero tal vez sea necesario para enfrentarnos al futuro.
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