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Jane Austen y Cataluña

23/09/2017
 Actualizado a 07/09/2019
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El nacionalismo es la más exitosa novela del siglo XIX, su best seller, y, como muchas otras, la seguimos leyendo. Con gusto estético o con disposición arqueológica, aunque siempre hay quienes van más acá del artefacto creativo y se identifican con el artificio. Quienes ven en trama, personajes o ambiente una forma de vida todavía factible alcanzan, es bien sabido, la actitud del primer gran personaje de novela de todos los tiempos, y empiezan a reconocer gigantes por doquier.

A sabiendas de la rápida obsolescencia de todo cuanto se diga en estos días frenéticos, en lo de Cataluña falta sentido y sensibilidad (y algo de ‘seny’). Cataluña fue nuestro espejo moderno y europeo, por ello resulta más increíble el esperpento del Parlament y la peripatética preparación de una consulta con el resultado ya decidido, como demuestran las leyes aprobadas allí. ¿Qué sentido tiene este sinsentido? El derecho catalán a un tratamiento singular de su encaje en el Estado mediante un reconocimiento político y normativo de su carácter nacional parecía solventado para un tiempo con el Estatut de 2006. Desde entonces, medios de comunicación y sectores políticos y sociales han desplegado una hosca insensibilidad, o mera hostilidad, hacia el que llaman «desafío catalán» que ha convertido en disyuntiva lo que era opción, ha tensado a los moderados, azuzado a los extremos y señalado a los escépticos. ¿Qué sensibilidades se han pisoteado para que estemos peor que la peor de las veces que este tema ha monopolizado el debate político?

Casi todos nos hemos querido ir de España alguna vez. Pese a líricas y épicas, esta no es condición exclusiva de españolitos con el corazón helado. No somos distintos ni especiales; todos los pueblos del mundo lo creen y de ahí estos lodazales. Por otro lado, ningún catalán tiene problemas reales de derechos o libertades y tampoco vale el argumento de que a este lado del Ebro se vota a Rajoy, teniendo en cuenta las legislaturas que Pujol o Convergencia llevan a cuestas. En ese plan nos iríamos de todas partes, hasta de Corea del Norte.

Se desconoce si existe una mayoría significativa de catalanes a favor de la independencia, pero hay una enorme mayoría a favor de un referendo que saque del atolladero duelístico este asunto. El convocado no servirá para esto. La sociedad catalana está empezando a fermentar y existe riesgo real de intimidación y violencia. Después del sainete, puede llegar el drama. El fracaso de la política exige dimisiones. Si solo es un preámbulo para salvar compromisos electorales, ha sido un tour de force excesivo. Si no, es aún peor. Muchos catalanes se sienten incomprendidos y zaheridos, y se han empeñado en alejarse con las anteojeras del orgullo. Las autoridades del Estado se amparan en prejuicios que impiden sopesar la realidad y soluciones a largo plazo. Orgullo y prejuicio. Vivimos una novela de Jane Austen, colmada de pasiones y testarudez. Esperemos no acabe como las de las hermanas Brontë.
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