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Irreparabile tempus

16/10/2022
 Actualizado a 16/10/2022
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Hace unos años, durante una clase que compartí con adolescentes y jóvenes, se planteó escoger la época preferida de cada cual. Para mi sorpresa, ganaron los años ochenta del pasado siglo. Y ni siquiera cabía justificarlo con el argumento de que todos preferimos épocas en las que nos encarnamos en personajes privilegiados: ¡les daba igual! Me dieron ganas de decirles que los viví y no habían sido el nirvana molón que suponían, pero me mordí la lengua; tampoco hay que dárselas de veterano si se puede evitar.

El tiempo se apretuja tanto y los revivalismos están tan a mano de la industria de la moda que a veces uno tiene la impresión de haberse convertido en afónico testigo de épocas antediluvianas. Una reliquia a la que no se le permite chafar la repulida imagen de un pasado prêt-à-porter; el eslabón perdido de cualesquiera años ochenta, de acontecimientos que ahora parecen imposibles, o peor aún, inverosímiles y fantasiosos. ¿Cómo creer que sucedió aquello tal y como se recuerda?

Y para colmo, en otras ocasiones el tiempo parece haber retrocedido tanto que uno cree haber regresado a la infancia, o a aquella parte de una infancia en que no se comprendía nada, aquella en que ciertas ideas y comportamientos cerraban el paso a una manera decente de pensar. Esas ideas y comportamientos ahora regresan marcha atrás con la vigencia irreflexiva de lo vintage, cuando toda la vida fueron caspa o exabrupto de barra de bar. A quienes los vivimos y quizás los amontonamos en el desván donde acaba lo que no tiramos por pereza nos provocan no solo angustia sino una sensación de infinito abatimiento. Discutir a estas alturas sobre derechos humanos, igualdad ciudadana, justicia social, libertad sexual, privacidad de la religión, contaminación y ecología, patriotismo y nacionalidad o cualquiera de los asuntos que regresan a los mentideros de la caverna de donde creímos salían para no volver, traer a la palestra debates superados con ese aroma a cerrado y polvoriento producto de tantas décadas y acontecimientos aturde al más perseverante. Al menos entonces todos sabíamos que los cavernícolas fracasarían a causa de su propia indecencia, que la gente reconocía al instante dónde no quería volver, con quién no había que estar. Hasta se aprobó una Constitución para encauzar esos asuntos que dejaba las cosas bastante claras, aun con sus imperfecciones y necesidad de actualización.

El tiempo es irrecuperable, decía Virgilio, el tiempo huye. Pero lo hace en cualquier dirección, como quien sale corriendo espantado de sí mismo y lo que le rodea. Y casi nunca lo hace hacia donde se supone que apunta la supuesta flecha del tiempo que señala el calendario. Es el disparo de un alucinado ebrio que igual amenaza a los presentes que se hiere en un pie.
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