24/11/2019
 Actualizado a 24/11/2019
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Si dejamos a un lado su gran producción literaria y nos atrevemos con la simplificación cultural de chiste nacionalista, Irlanda básicamente ha legado dos cosas al mundo: sus tabernas y su mitología delincuente. Y a León habrán de llegar tarde o mal.

Tarde, como la última muestra de esa mitología delincuente que es ‘El Irlandés’, no proyectada en ningún cine aquí. La última de Scorsese tiene como protagonista a un descendiente de irlandeses, así como otros lo fueron de ‘Infiltrados’, (también por el mismo director) y del antimanual del inglés bien hablado que será ‘The True Story of the Kelly Gang’si es fiel al libro de Peter Carey que retrata a unos de tantos presidiarios irlandeses que poblaron Australia.

‘El Irlandés’ es una película sin grandes excesos, siempre que se obvie que dura 209 minutos. Un ratín, para los muchos que hacían cola a las puertas del cine en la sesión con entradas sin numerar a la que yo me atreví. La peripecia de encontrar sitio en la sala se coronó con una compañera de butaca que hablaba sola, comía anacardos sin pausa y me iluminaba con ‘spoilers’ como: «¡son todos mafiosos!» y «¡cómo tiran de pistola!». Yo, divertido, le replicaba«¡eran otros tiempos!», y tan amigos. De Niro, Pesci, Pacino, Keitel y Cannavale lo hacen bien, pero aquí no esperen creación de nuevo lenguaje cinematográfico. Sí, en cambio, una metáfora de cómo funciona el mismo: lo hace como los eufemismos. Como ese que explican al principio de la película, «pintar casas», que una vez se ilustra con claridad su significado, se entiende. Pues así funciona el lenguaje cinematográfico y así deberían proceder los directores más vanguardistas si quieren que se les entienda. Si no lo hacen, ver sus películas seguirá siendo como enfrentarse a una cantidad tremenda de neologismos por primera vez, sin diccionario que poder consultar. Ni en español ni en celta.

Mal, como esas aspirantes a taberna irlandesa que son el Dickens, el Molly Malone y el Barry’s. En los cuales se está muy a gusto, pero quien haya recalado en alguno de los más emblemáticos pubs de Irlanda, considerará que los nuestros se quedan como un sucedáneo. El único por aquí cerca digno de ser comparado con aquellos era el Ca Beleño, en Oviedo, que cerró hace un par de años por carecer de licencia de bar musical, después de treinta de ofrecer toneladas de Guinness y conciertos, y quince de fabricar su propia cerveza. El bicentenario local Kelly’s Cellar de la perturbadora Belfast ha perdido a uno de sus nietos más respetuosos y los asturianos se han quedado como nosotros, huérfanos de buenas tabernas irlandesas y teniendo que esperar también al estreno en Netflix de ‘El Irlandés’.

No sé en Asturias, pero en León, tarde o mal, nos apañamos igual.
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