16/06/2019
 Actualizado a 18/09/2019
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Conversaba recientemente con una nórdica que presumía de haber viajado por toda Europa sobre las diferentes maneras de beber y de alternar de cada país. Por supuesto esperaba el momento de poder hablar de España, sin duda el paraíso mundial del chato, el bar y el alterne, y concretamente de hasta qué punto hemos hecho de ello un arte en nuestro querido León. Pero no tuve ocasión, porque antes de que pudiera empezar, mi interlocutora me soltó que en España la gente, en lugar de ir a cenar normalmente, acostumbraba a visitar un sinfín de bares en los que pagaba una fortuna por un plato diminuto con dos albóndigas. «They call it tapas», dijo. Eso es lo que os pasa a los guiris despistados cuando aterrizáis en Madrid y corréis a que os estafen en la Plaza Mayor, pensé yo.

Desde el principio había sospechado que no cabía esperar mucho criterio por parte de esos luteranos del norte en lo relativo a disfrutar de la vida, pero no me imaginaba que nuestra falaz leyenda negra hubiera llegado hasta el punto de infamar la hostelería nacional de semejante forma.

Con todo, y esta es una opinión personal que me consta impopular, creo que en León el asunto de las tapas se nos está yendo de las manos. En nuestra ciudad, y creo que sólo en ella, el hostelero no puede limitarse a ofrecer un pincho con cada chato, sino que es ya imprescindible que disponga de toda una carta de tapas que debe ofrecer gratuitamente y en abundancia, si no quiere que los clientes se vayan a la competencia. Esto, unido a la brutal carga fiscal que los políticos han arrojado sobre los autónomos, ha disminuido la rentabilidad del vaso de vino o de la caña de tal manera que es imposible que ello no afecte a la calidad del servicio y del producto. Pero el cliente leonés es cada vez menos exigente en esto último y más en cuanto a reclamar su presunto derecho a que por el precio de un corto le agasajen con todo un plato combinado, aunque esté lleno de frituras sospechosas.

En la capital gastronómica y de los manjares de reyes gana terreno, a pesar de las notables excepciones, el servicio precario y mal pagado frente al camarero profesional de antaño, y la tapa de fritanga al por mayor frente a un pincheo de calidad que uno no puede esperar si no lo paga.
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