21/01/2021
 Actualizado a 21/01/2021
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Si alguna vez vais a Boñar, os encontraréis con una hermosa plaza dónde antaño reinaba su árbol totémico, el ‘Negrillón’, y una iglesia con un campanario en el que otea y protege la vida de la villa un ‘maragato’. La plaza, como casi todas las de los pueblos de la provincia, es el centro neurálgico del lugar. En ella se celebra el mercado, todos los lunes, y, en las fiestas de San Roque, generaciones y generaciones de jóvenes han bailado, discutido y amado al son de la música. Pero lo verdaderamente importante de la plaza se encuentra en su esquina sureste. Es una tienda, que, paradojas de la vida, es la única que conozco que no tiene un cartel donde ponga su nombre o a que se dedica. Dos expositores, uno grande y uno pequeño, llenos de mercancías de lo más variopintas, (juguetes, camisas, zapatillas, trencas, etc), nos hacen ver rápidamente que es una tienda peculiar. Y lo es porque vende todo lo anterior y muchas cosas más. Es lo más parecido a una chamalirería que uno vio en su vida. Cuando entras, te encuentras con un mostrador de madera, gastado por el tiempo y los clientes, y cientos de mercaderías a la vista y otras miles escondidas en sus estanterías y en su almacén. Lo regentaban, hasta la semana pasada, dos hermanos de edad provecta y ánimo juvenil. Él, José María, murió al pie del cañón, (nunca mejor dicho), el martes de la semana pasada. Uno, que por circunstancias de la vida, ha tenido que ir a Boñar casi cada mes, ocurriese lo que ocurriese, lamentará no verlo a eso de las tres y media de la tarde ir a tomar el café a la cafetería más emblemática del pueblo, ‘El Viejo’. Acudía todos los días con una puntualidad exquisitamente inglesa, para luego volver a abrir su establecimiento. Así todos los días, de lunes a sábado. Solamente descansaba el domingo, como el Señor. ¿Qué cómo se llama la tienda? , ¡claro!, se me olvidaba: ‘La Preciosona’. Bueno, así la llaman todos sus clientes, desde Vegas hasta Lillo y desde la Vecilla a Cistierna. Y es debido a que el padre de los hermanos, fundador de esta saga de tenderos, regalaba los oídos de todas sus clientas con este adjetivo. «Llévalo, no tengas duda, que te queda Preciosa». Tanto lo repitió el buen hombre que todos sus parroquianos empezaron a llamar a la tienda así y así se quedó por los siglos de los siglos.

Pueblo extraño, este Boñar de nuestros amores. A lo largo del tiempo, ha cobijado a personas extraordinarias, únicas. Desde Tranquilo Caballero, (tío abuelo de Álvaro, el ‘juntaletras’ que nos hace la competencia en el otro diario de la ciudad), de profesión taxista y con un sentido del humor siempre pronto y admirable, que sufrió su nombre sin ninguna queja, con orgullo y paciencia infinita, hasta ‘el Cordobín’, propietario del bar Córdoba, que regentó hasta casi los noventa años y que siempre, hiciese el tiempo que hiciese, llevaba la misma indumentaria: pantalón azul o negro y camiseta de manga larga. Una vez, a finales de noviembre, cayó una nevada del copón, sin avisar, casi a traición y le veo salir de casa así, sin abrigo ni nada. «¿Cómo no se pone usted un abrigo, ¡por Dios!. Se va a congelar». «No te preocupes, hijo. Como ha nevado, no hace frío. Estamos a cero grados». Me acuerdo mucho del paisano..., porque cada vez que me veía siempre me decía lo mismo: «¿Cómo está el frejolero?». A los de mi pueblo, en Boñar, siempre nos han llamado así. Todos los años, por el Pilar, subían a Boñar a vender los fréjoles. El tío ‘Costillas’, José, el dueño de ‘Casa Blas’,dónde quitábamos el hambre a base de raciones de mollejas, callos y los mejores calamares a la romana que comí en mi vida; Martín Población, el huevero, que estuvo a punto de provocar una guerra entre los vascos y los leoneses y que también tenía una sorna inigualable. Un día recibió un telegrama de un cliente de Bilbao. El texto rezaba: «Martín Población, si tienes huevos, sal a la estación». Al que contestó con un escueto: «huevos tengo y a la estación salgo». La telegrafista se lo contó a medio pueblo y el otro medio se enteró gracias a radio macuto; el caso es que, el día fijado, medio Boñar estaba en la estación para ver como terminaba el culebrón. Paró hasta el tren mucho más tiempo de lo normal. A la hora, como si fuese la escena de un western de serie ‘B’, apareció Martín, guiando un carro cargado de huevos hasta los huevos. Impasible ante el público y la expectación, el buen hombre descargó los huevos y esperó a que el jefe de estación le diera permiso para subirlos al tren. Una vez hecho, dio media vuelta y se marchó para su casa, dejando a la gente muy insatisfecha. Cuando me imagino la escena, no puedo por menos que recordar la de la película que más le gustaba a mi padre, ‘El Hombre Tranquilo’, de Ford, cuándo ‘el Duque’ fue a la estación de Inisfree a buscar a su mujer, Maureen O’Hara, la pelirroja más hermosa del cineamericano, para llevarla de nuevo a casa, aun sabiendo que, al hacerlo, se tendría que pelear con el hermano, para lograrla escena de la pelea más famosa de la historia del cine... Boñar, por lo tanto, es Inisfree, pero en real. No dejéis de ir a ver el pueblo, por favor. A lo mejor os toca la lotería.
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