16/10/2019
 Actualizado a 16/10/2019
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En el inicio, es decir, una vez separados cielo y tierra, creada la luz, juntadas las aguas, creadas todas las criaturas, justo después de que Dios le diera al hombre «la espada del llanto para combatir a la sombra» y fuimos expulsados del Edén y caímos en el tiempo, en el inicio, derecho y poder eran una y la misma realidad.

Cada uno tenía tanto derecho como tanto pudiera. El más fuerte o el más listo tenía derecho a la mejor tajada, al espacio más confortable de la cueva, al lecho más fértil y cálido. Lo tenía porque podía y dejaba de tenerlo en el momento en que no podía mantenerlo. Y esto no era injusto porque todavía no existía la justicia.

Para que existiera la justicia fue necesario que los seres humanos se asociaran en comunidades, formaran sociedades, estados. La justicia fue un necesario contrapeso al poder y ha necesitado de milenios para ir limando sus imperfecciones y necesita todavía seguir limando.

No existe la justicia fuera del Estado. «Tengo derecho a esto» es una expresión muy reciente en la historia de la humanidad. Los derechos no han caído del cielo, han sido conquistas a lo largo del tiempo, incluso, los llamados derechos humanos se han ido conquistando en sucesivas generaciones, desde el más radical derecho a la vida, hasta los más modernos derecho al medio ambiente o al patrimonio cultural.

Maquiavelo defendía que la patria es la que garantiza la libertad. Ahora, convencidos de que tenemos derechos, parece que olvidamos que es la patria, la nación, el Estado –llámese como se quiera– la que hace posible esos derechos. Se ha puesto de moda una actitud esnob –del latín sin ‘nobilitate’, sin nobleza– que reniega de la patria y la convierte en objeto de burla.

Tienen derecho a ello. Y lo pueden hacer sentados en su casa con luz y agua corriente, con internet y línea de teléfono, con todas las comodidades que la patria o Estado les facilita. Nos guste o no, la educación, la sanidad, la propiedad, la vida –por citar sólo algunos derechos– no existirían sin esta patria, Estado, al que criticamos, al que debemos criticar, por supuesto, para mejorarlo, pero sin caer en la estupidez del ingrato, que nos devolvería a las cavernas.

Y la semana que viene, hablaremos de León. Hoy quiero felicitar a mi querido Nacho.
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