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Independencia o violencia

24/11/2019
 Actualizado a 24/11/2019
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Los Comités de Defensa de la República (CDR), en Cataluña, no son nada originales en su proclama de «independencia o barbarie». Este eslogan es un calco de aquel «revolución o barbarie» con el que Rosa Luxemburgo consiguió un gran efecto durante la Primera Guerra Mundial y la posterior revolución alemana. Consignaba lo que Federico Engels ya había dicho al afirmar que la sociedad capitalista se hallaba ante un dilema: avanzar hacia el socialismo o resignación a la barbarie.

Por una simple cuestión formal de estilo, los CDR deberían haber optado mejor por laconsigna «independencia o violencia». Pero bien se ve que la hispanofobia de sus afiliados no hace migas con la rima. Prefieren la barbarie, aunque no convenza a nadie, salvo a los bárbaros. Bien organizados y hasta con intendencia para mantener el estómago tranquilo, con el llamado ‘Tsunami Democràtic’, los CDR –a la tremenda en su inquina con cortes de carreteras y vías de ferrocarril en aras de implantar una república independiente– exigen que se liberen correligionarios suyos culpables de sedición sentenciados con todas las garantías de legalidad.

Aparte de los demás atentados a la libertad que conlleva tal recurso a la violencia, pongo el acento en aquellos camioneros que transportan mercancías perecederas y se ven obligados a pararse, resultando que éstas perezcan antes de llegar a su destino, con el perjuicio personal y el coste económico que ello supone.

Me recuerda lo ocurrido hace unas décadas cerca de Benavente. Era un tiempo de movida de los agricultores sacando sus tractores a la carretera para interrumpir el tráfico, al tiempo que colgaban de un puente la efigie del entonces ministro de Agricultura Carlos Romero. Transitaba yo entonces por allí y, para mi desgracia, no tuve más remedio que parar el coche a mediodía, no pudiendo reanudar el viaje hasta la noche. En aquella ocasión los compañeros de un camionero apenas pudieron sujetarlo, cuando, fuera de sí y a grandes gritos, intentó abalanzarse sobre los piquetes que interrumpían el tráfico, mientras algunos efectivos de la Guardia Civil permanecían a la expectativa y sin efecto. El conductor de un automóvil, que trataba de saltar la barrera humana de los agricultores, se vio obligado a frenar y no le volcaron el coche de milagro.

¡Cuándo se darán cuenta los CDR que la acción violenta contra la injusticia, opresión o la explotación –aunque no sean el caso catalán– es una alternativa errada que no tiene nada de exitosa! La lucha no violenta no es un invento de nuestros días. No tiene nada de la falsa humildad que se doblega como un perro ante el verdugo. Tiene su origen en la conciencia de una superioridad intelectual y en el convencimiento de que con métodos bárbaros no se llega a la corta más que a un estropicio estúpido y, a la larga, a la imposibilidad de dar forma a una sociedad más justa. La lucha no violenta es pregón de una acción posible y humana en la que los conflictos no se resuelven haciendo la pascua al personal, sino por medio de acuerdos pacíficos a todos los niveles. La lucha no violenta es hasta ahora la forma más sublime, más pura y la más eficaz de todas las revoluciones. Esa revolución no piensa ya según las estrechas nociones de raza, clase, nación o religión; piensa global y racionalmente. Y actúa como piensa. Quien sigue moviéndose según las categorías de violencia y odio, garantiza esas mismas categorías en la sociedad futura que se ha conseguido independizar. Optar, pues, por una independencia con violencia, no conduce sino, valga la rima, a la demencia.
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