25/09/2021
 Actualizado a 25/09/2021
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En la plenitud del Renacimiento, Dante Alighieri nos dijo que «la naturaleza es el arte de Dios». Cuántas veces habremos pensado lo mismo. Simplemente la belleza de una mariposa, el color de sus alas, sus dibujos, son una obra maestra. Y qué decir del efecto que puede provocar su leve aleteo. La belleza de cuanto nos rodea contiene tal grado de perfección que es uno de esos eslabones por los que el ser humano puede llegar a plantearse la existencia de Dios. Pero reconozcamos que no todo es esplendor y que el hombre no ha sabido cuidar de su entorno. Hemos atacado nuestra propia casa. La hemos contaminado, ensuciado, menospreciado, quemado. Hemos intentado dominarla y hemos perdido. Seguimos haciéndolo. Por eso en ocasiones se rebela o tal vez es su propia evolución natural, ajena a nuestros deseos.

Veintiún siglos de progreso y tecnología nos han hecho sentirnos dueños del mundo, pero de vez en cuando la fuerza de la naturaleza hace uso de sus elementos y es entonces cuando debemos recordar que ella manda. Es incontrolable. Un volcán entrará en erupción lo sepamos o no, y no podremos pararlo. También, siglos después de Dante, Bachelard pensó que «comprendemos a la naturaleza resistiéndola» y antes Francis Bacon llegó a la sabia conclusión de que «solo podemos dominar a la naturaleza obedeciéndola». Nunca seremos superiores a ella, por más que inventemos medidores, radares, sismógrafos. Solo nos queda prevenir sus cambios y adaptarnos a ellos, con la lección de humildad que ello supone. No obstante, humanos somos, vulnerables, imperfectos. También solidarios. Por eso nos duele ver cómo la lava arrasa parte de La Palma y sentimos que tantas personas se hayan quedado sin casa. Tiene que ser muy duro huir de tus raíces perseguido por el fuego. Nada de lo que creemos poseer, incluso nuestros vínculos, son sagrados al origen. Por ello debemos respetar nuestro entorno, hacer de la vida un hilo sostenible.
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