18/10/2020
 Actualizado a 18/10/2020
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El ‘implanting’ es al siglo XXI lo que los postizos al XX. Se implanta de todo. Pelo y barba; dientes, muelas y colmillos; labios, pómulos, cejas y mentón. Y a todos nos llega el momento. Si no por necesidad, por mejora, todo bicho viviente disfruta de ese hito histórico en que alguien, de su círculo o profesionalmente, le sugiere un implante.

Yo no escapo al fenómeno. Si bien a mí el de pelo, en puridad, todavía no me toca, por mucho que algún buen amigo sospeche que en los diez años que pasaron sin vernos me dio tiempo a un viaje al Bósforo. Supongo que ver que hasta Cristiano Ronaldo patrocina (o es inversor en) una cadena de clínicas capilares le da verosimilitud a la idea de que un viejo amigo haya podido viajar de tapadillo a ponerse una tapita castaña ahí arriba.

Pues a mí me llegó el momento recientemente y por partida doble. ¡Si hará furor el ‘implanting’! Uno propuesto en el entorno familiar y el otro desde la posición de un profesional. El primero fue el de barba. Por parte de mi chica, a quien le gustó una simulación que me hizo un colega con una aplicación de esas chinas tan ciberpeligrosas. Tenía yo una pinta bastante montañesca y le moló y el otro día me mandó un enlace con publicidad del servicio de ‘implanting’ barbal. A mí, que no tengo ni un pelo en la barba, solo perilla guarra y bigote. A mí, que me afeito solo porque me deja la piel limpia y sin un grano como saben las mujeres que también practican el afeitado para garantizarse la higiene facial. ¿Y ahora voy a ponerme barba para tener que afeitarme de verdad? ¿Una barba que voy a sentir ajena, que nacerá por la cara, compuesta de pelos creciendo desubicados como el hombre en el bancal de ‘Amanece que no es poco’? Ni loco.

Pero lo peor llegó al día siguiente de parte de un profesional de esos que tanto aprecio. O-don-tó-lo-go. Este, bastante competente, digno de tener una clínica como la pionera El Crucero (con quien no voy a comisión) para él solo aunque trabaje para un gigante (que no es la ruinosa Dentix, tranquilos). Pues me detectó una caries en la raíz de una muela cuya encía no protege, y a la que un empaste tradicional no garantiza demasiado futuro. Me aconsejó, por tanto, que me pusiese un implante.

Fue un bombazo, un dramático bombazo. Mas como siempre en estos casos, rápidamente se puso en marcha la herramienta relativizadora: que si mi rechazo a los implantes era un prejuicio; que si los implantes son un recurso moderno y que si le ponemos el sufijo ‘-ing’ queda como una tendencia más, como el tardeo pero en guiri y ¡listo!

No hay nada como el ‘implanting’.
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