12/12/2018
 Actualizado a 18/09/2019
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Con la llegada de los días lluviosos, he buscado por casa un sombrero que me regaló mi cuñada Laura, que tenía la cualidad de ser impermeable. No lo he encontrado, pero me ha hecho pensar en esa condición de impermeable, no tanto como el tejido que impide pasar el agua, lo que lo hace valioso en medio de un aguacero, sino como el defecto de ciertas inteligencias que impiden que se filtre por ellas la razón e incluso la realidad.

Tirando de este hilo insensible y espeso con el que están tejidas las neuronas de algunos cerebros, he llegado a la conclusión de que son muchos los que visten gorros en sus cabezas que les protegen de cualquier argumento o suceso que pueda hacerles cambiar de opinión. Tan tupida e impermeable es la manta que llevan, que no deja filtrar ningún razonamiento, lo que termina por secar sus seseras.

Esta impermeabilidad a la realidad tiene en el amor una de sus causas. El enamorado es impermeable a los defectos y fealdades de la persona amada, por muy reales que sean, y no los quiere ver. El caso más paradigmático es el de Don Quijote y su amada Dulcinea del Toboso. «Y yo me hago cuenta que es la más alta princesa del mundo […] porque en ser hermosa, ninguna le iguala, y en la buena fama, pocas le llegan. Y para concluir con todo, yo imagino que todo lo que digo es así, sin que sobre ni falte nada, y píntola en mi imaginación como la deseo». Así la imaginaba él caballero y poco le importaba que su Dulcinea, Aldonza Lorenzo, fuera «moza de chapa, hecha y derecha y de pelo en pecho, y que puede sacar la barba del lodo a cualquier caballero andante, o por andar, que la tuviere por señora!».

Esta impermeabilidad que esquiva por amor la realidad se debe perdonar, pero aquella otra que provoca la política es preocupante. Una inteligencia políticamente sana es aquella que contrasta sus ideas, permite filtrar los argumentos y es permeable a los hechos para analizarlos. Una inteligencia así nunca se enroca en una posición, más bien evoluciona, crece. Sin embargo, cada día veo más gente con sus chubasqueros ideológicos que, como no transpiran, se acaloran y acaban convertidos en unos sectarios. A estos, les recomiendo, por estimulante, un paseo bajo la lluvia sin paraguas.

Y la semana que viene, hablaremos de León.
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