16/07/2020
 Actualizado a 16/07/2020
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En el ‘Libro de los seres imaginarios’, Jorge Luis Borges nos cuenta historias de un ciento de seres maravillosos que los hombres han inventado a lo largo de la historia, y que hemos compartido por miedo, deseo o merced a nuestros sueños desde el principio de la aventura humana. Lo extraño del asunto es que estos seres han aparecido en distintos lugares, muy lejanos entre sí, o en distintas etapas de nuestra evolución. Son siempre seres poderosos, hermosos en la mayoría de los casos, y que nos ayudan a defendernos de nuestros enemigos, reales o imaginarios. Van pasando por el libro el Ave Fénix, el Pájaro Roc, las Arpías, el Alicanto, los Antílopes de seis patas, el Basilisco, etc,etc.

Muchas de las historias proceden de Grecia y del oriente medio, de Mesopotamia y de Persia, dónde vivía gente con una inventiva apabullante, no en vano ellos crearon a los dioses y se olvidaron de los objetos que, hasta entonces, formaban el panteón de nuestros antepasados: árboles, rocas, animales, etc. He estado cavilando estos días en inscribir a esta nómina de bichos recogida por el inmortal argentino uno nuevo: el virus. Ya sé que es jugar con mucha ventaja, amarrando un resultado seguro, pero, no me lo podéis negar, este elemento ha tenido, tiene y tendrá mucha más fuerza que, por ejemplo, el Golem. No sólo transformó nuestras vidas de modo que nunca serán igual que antes de su aparición, sino que, también, ha derribado cosas que antes de él creíamos inalterables: las bolsas, el libre comercio, el turismo, y ha conseguido aumentar, hasta límites insospechados, la estupidez de nuestros políticos. No me refiero solamente a los españoles. En muchos países, (Brasil, Italia, Francia, los Estados Unidos), hemos descubierto lo ineficaces que son, lo cortitos que son, lo narcisistas que son y lo poco que les preocupan sus compatriotas. Necesitaríamos la ayuda de Cronos y de Hércules, (que también aparecen en el libro), para que esta pesadilla pasase, para que todos nos volviéramos a sentir cómodos y opulentos. Hablemos, por ejemplo, del turismo. Antes de mediados del siglo XVIII, en plena época del romanticismo, a nadie en su sano juicio se le ocurría recorrer el mundo buscando «nuevas sensaciones y nuevas experiencias de vida». La gente que podía, los ricos, se construía palacetes maravillosos, rodeados de bosques dónde abundara la caza, y se pasaban los veranos y los otoños alejados de su residencia habitual quince kilómetros, como mucho. Y siempre sucedió así. A ningún romano se le ocurría visitar las Galias o Hispania. Los pobres, porque no podían y los ricos, porque no se les había perdido nada en esos lugares tan exóticos. Como mucho iban a Grecia, pero para aprender, como hacen en la actualidad los hijos de los millonarios, en Oxford o en Cambridge. Antes del 1850 viajaban los soldados y los peregrinos que acudían a expiar sus pecados a Santiago de Compostela, a Roma o a Jerusalén.

Hoy en día hasta el más tonto de cada pueblo ha visitado alguna playa atestada de gente, ha viajado a Portugal o a Italia, (que conste que no nos ha servido para nada, porque vamos como borregos detrás de un pastor), o a soñado con hacerse una foto con la parienta de turno en el Machu-Pichu. Para el hombre moderno es esencial haber viajado. Si no lo haces, tus amigos te consideran un fracasado y un paria. Pues en esas estamos: España es el tercer país del mundo que más gente recibe. Aquí vienen, mayormente, porque es muy barato comer y beber hasta perder el sentido; y porque nuestros hoteles son infinitamente mejores que los de la mayoría de nuestros competidores. Ochenta y seis millones de seres humanos nos visitaron el año pasado, AdC, (antes del coronavirus)....; y nos dejaron una ‘jartá’ de miles de millones de euros. Este año, por desgracia, no nos vendrá a ver ni dios, con lo que miles y miles de trabajadores de este sector primordial en nuestra economía, van a ver la luna de Valencia desde sus casas..., en el paro y pasándolas más putas que en vendimia para poder llegar a fin de mes. Por desgracia, tenemos una industria ridícula, el campo está lleno de gente que vive de cobrar la PAC, dejando perder las cosechas en los campos y en los árboles, porque da lo mismo recoger el fruto que no hacerlo. Nos hemos convertido en un Estado subvencionado por Europa. A ver, que no quiero defender la autarquía económica que practicó el General la mayoría de los cuarenta años que nos gobernó con mano de hierro..., pero es para echarla de menos. Ahora, por desgracia, todo viene de China o de Indonesia, da lo mismo que vivas en España que en Islandia. Estoy por hacer un pedido a los de Alibabá de un cuarto y mitad de gente que nos repueble, como hicieron los gallegos y los bercianos en la Reconquista. Tienen todo a favor para hacerlo de puta madre: follan como locos...
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