12/06/2021
 Actualizado a 12/06/2021
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Mis primeras publicaciones fueron en el periódico del instituto. Eran cuentos muy dramáticos y poesías muy malas. Evito volver a leer esos textos pero sé que me reconocería en ellos, en los errores y en las virtudes. Igual que, más de veinte años después, sigo reconociendo a los que fueron mis compañeros. Aunque hoy sean madres y padres, o no, y trabajen y paguen impuestos, serán siempre para mí aquellos que conocí entonces.

Desde nuestros catorce años, observaríamos con justa extrañeza a las señoras y señores de cuarenta en los que nos hemos convertido. Esos que han empezado a vacunar del coronavirus esta misma semana. Los que nacimos sin Internet ni móviles y vimos cómo Sabrina echaba fuera una teta en la televisión familiar de dos canales frente a la que estábamos celebrando la Nochevieja.

A algunos adultos la adolescencia les ha quedado a una distancia sideral mientras para otros está a la vuelta de la esquina. Conviene recordar cómo es en estos tiempos en los que ha abundado un discurso condenatorio hacia los jóvenes, como si los adultos, que somos los que hemos manejado todo este tinglado, hubiéramos dado un ejemplo de santos.

Si ahora tuviera catorce años, me rebelaría contra ese eslogan que me imponen de que viviré peor que mis padres y me creería capaz de levantar la losa de pesimismo y lamentos que me están echando encima. Daría portazos frente a esas palabras y diría muchos tacos y gritaría con rabia: ¡Pues no me da la gana! Porque si a los catorce no pensamos que lo podemos todo, ¿qué dejamos entonces para los cuarenta?

Los alumnos de colegios e institutos, el profesorado y el resto del personal de los centros han demostrado su resistencia en este segundo año de la peste, después de que el curso anterior acabara de forma agónica frente a una pantalla. Hace poco estuve con los alumnos de primero de Bachillerato del instituto Álvaro Yáñez de Bembibre. Intentando leer sus ojos sobre la mascarilla, pensé en la adolescencia que les está tocando. Tenía que haberles dicho: manteneos esperanzados y no nos hagáis demasiado caso a los mayores, que tampoco tenemos ni puñetera idea de qué va esto.
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