Maximino Cañón 2

¡Id a ver quién llama!

11/10/2022
 Actualizado a 11/10/2022
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Atrás quedan aquellos años en cualquier medio de comunicación era bien recibido, por lo que de adelanto suponía, referido a los contactos que se tenían. Eran tiempos de visita y de paseo al no tener los medios audiovisuales de los que hoy disfrutamos. En cuanto a lo primero era frecuente dedicar parte de las tardes de los domingos a efectuar visitas, sobre todo entre la familia y a los conocidos de la tierra que Vivían en León. Mucha de aquella población provenía de aquellos pueblos con habitantes, recuperándose de los horrores de la maldita guerra, así como de la miseria que había dejado. A lo que iba, o quiero ir, nosotros éramos una familia más bien corta, compuesta por mi madre; mi padre; mi hermano y un servidor, por lo que nos hacía mucha ilusión ir a jugar y a dormir a casa de mis primos que eran seis: tres mujeres y tres varones, y además tenían cuarto de baño con bañera y una ventana con cristales labrados por donde se filtraba el sol, aunque fuera invierno. La relación con mis tíos y primas era más que la de una simple familia ya que, al tener, en mi caso, un primo de mi edad, hacía que compartiéramos muchos gustos a la hora de jugar o entretenernos. Tengo tantos recuerdos que sería difícil enumerar, pero al que me quiero referir y estaba muy por encima de la moderna tecnología de la que hoy disfrutamos. Aquella casa, comparada con donde nosotros vivíamos, era un palacio por la cantidad de habitaciones que tenía. Para hacerse una idea de la distancia entre diferentes estancias, cuando alguien estaba en la parte de la cocina, la salita, o salón, donde se celebraban importantes partidas de cartas entre familia y allegados, y tenía que referirse a quién se encontraba en las habitaciones que daban para la Plazoleta de San Pelayo, se contestaba diciendo está «pa allá adelante», con esto pueden hacerse una idea de la lejanía. Pues lo que me trae a la memoria, y quiero resaltar, es que al encontrarme con mi primo, Juanjo Natal, que por su profesión de electricista con experiencia en colocar porteros automáticos, me imagino, me dice con cierta sorna: mira primo, no sé a qué alardean tanto de la tecnología de hoy a la hora de controlar la entrada de extraños en las casas, a través del llamado portero automático, cuando, ¿te acuerdas?, en nuestra casa teníamos el mejor portero y no gastaba luz, y qué razón tenía. Juanjo, cuando se refería a él, le llamaba ‘vídeo portero’ porque, cuando sonaba el llamador o timbre en su casa de entonces, acudíamos los chavales a mirar por el gran invento al que me refería, consistente en una trampilla en el suelo de madera (vivía en un primer piso), de un tamaño como el de una baldosa que, sujeta a una sencilla cadena, levantábamos para ver de quién se trataba, y, sin que el visitante lo supiera, le veíamos de cuerpo entero pero con predominio de la parte superior antes de decidir si abríamos o no. Un fuerte abrazo a la familia Natal, y en especial a Juanjo, por su demostrada generosidad y entrega altruista hacia los demás.
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