Imagen Juan María García Campal

Humor y problema identitario

08/05/2019
 Actualizado a 18/09/2019
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Veces hay en que a este opinante le apetece poner encima de la pantalla de su ordenador una nota del tipo de aquellos rótulos que ha tiempo proclamaban en los chigres frecuentados en su juventud el famoso: «prohibido cantar, blasfemar y escupir en el suelo». Y conste que me he sonreído y sonrojado al comprobar en el diccionario la inclusión de la palabra chigre y ver que se fija como «tienda donde se vende sidra u otras bebidas al por menor». Que el oxigenante san Francisco –el del ovetense Campo de– disculpe a la Academia por lo de «al por menor» o, mejor, me exculpe a mí por algunos trasiegos no muy al detalle. No es que precise prohibirme el canto, pues no paso del tarareo o por lo bajinis. Consciente de mi poca pero desagradable voz, evito su chorro, más que nada, porque tiene uno vecinos y gatos a los que no desea espeluznar.

Tampoco, obviamente, por la tercera prohibición. Aún me sorprendo de haberme aplicado tanto en la asunción de tan higiénica norma educacional en urbanidad. ¡Con lo que mi tozuda necedad en tantos menesteres colaboró al desarrollo y afianzamiento de la paternal virtud de la paciencia!

No, la apetencia me viene, además de por respeto a mí mismo y a mi agnosticismo, por evitar que un temperamental reniego o grosería de calibre mayor aleje o invalide la necesaria reflexión, en este caso, sobre algunas de esas sinvergüencerías fascistizantes con que algunas voces del independentismo catalán o «nacionalcatalanismo» provocan al buen sentido democrático en un intento de producir una reacción disparatada que justificase su nacionalista sinsentido.

Pero no, si alguno me lee, no tenga mis palabras por tal, ni me igualo, ni me igualaré a tan rastreros comportamientos, tengo una idea de la libertad, la democracia y el Estado de derecho bastante mejores que las suyas.

Deleznable el comportamiento de la De Gispert –no me sale el «señora»–, expresidenta del Parlamento de Cataluña con su tuit sectario y xenófobo dirigido a los ciudadanos Millo, Girauta, Arrimadas y Montserrat. Habla por sí mismo, habla de ella misma, ella lo escribió. A cualquiera se le quema una ensaladilla rusa.

Qué pobreza de espíritu, qué amnesia histórica la de Gemma Domènech –tampoco me sale el «señora»– en Mauthausen. ¡Qué lástima! Hay mundos que no llegan ni al ombligo, se quedan en su intolerante pelusilla.

Si las citadas voceras catalanistas son demócratas y republicanas, ¿qué soy yo? Tengo un real –no se vea coña– problema identitario.

Buena semana hagamos, buena semana tengamos.
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