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Humildad y coraje

29/12/2021
 Actualizado a 29/12/2021
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Viene con buen caudal el río. Vista a través de los vapores de las termas, la corriente del Miño tiene algo de majestuoso. La majestad no conoce la urgencia ni la prisa, es un moverse segura de sí misma, de su destino. Nos falta esa templanza. Pero también las aguas conocedoras de su mar final en ocasiones se desbocan. Nunca hemos ido tan rápido ni con tan escaso control del movimiento. Vamos como un niño de tres años que corre cuesta abajo con botas de un número más grande. No le hace falta piedra para tropezar. Se caerá, llorará o no y se levantará, sin duda. Ojalá, también nosotros como ese niño para levantarnos.

Nunca tan rápido. Nunca a esta velocidad el cambio. Es tan vertiginoso que antes de que suceda ya se ha vuelto pasado. Es la pura negación de la raíz. Necesitamos raíces para no morir, historias. Las historias son los árboles que sujetan el suelo, que impiden que el viento y los agentes erosivos lo arrastren despiadados. Las historias ponen tierra bajo nuestros pies para comprendernos y que no nos hundamos. Este cambio frenético nos hurta demasiado pronto los ayeres. Cuesta ya recordar que existió un mundo en el que no había internet ni teléfonos móviles, un mundo en el que se podía fumar en el avión.

Sin ayer no hay mañana y el presente es bobo. Yo escucho, cada día con más atención, las historias que me cuenta mi madre. Vienen de un tiempo más lento, que iba con el carretillo al matadero. Historias que me dicen cómo eran los inviernos, el olor de las cocinas, los vestidos de domingo, las canciones y los días que eran fiesta en cada pueblo. Historias que me hablan de un tiempo más sereno, que llevaba a la vaca a pacer al prao y la tarde pasaba. En su boca todo parece más bucólico, pero no se me oculta la dureza de aquellos años. Tal vez por eso, sus historias me dan la perspectiva y la oportunidad de pararme y mirar.

Mi madre –señora sin necesidad de que nadie le enseñara a empoderarse, que se adelantó al márketing vendiendo coches en mandil– cumple años mañana. No hace falta que me cuente, porque lo llevo viendo en ella desde que la conozco, que hace más el que quiere que el que puede y que cerca de la humildad está la grandeza. Y esto es lo que les deseo a ustedes para el año que comienza: humildad para reconocerse y coraje para ser. No tengan miedo, confíen en sus fuerzas porque, como dice Marga: todo esfuerzo tiene su recompensa.

Feliz Año Nuevo a todos. Felicidades, mamá.
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