28/07/2022
 Actualizado a 28/07/2022
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Escribía el lunes pasado José Miguel Giráldez (un puto lujo) sobre la importancia del Humanismo en la historia de Europa. Lo malo, cree uno, es que ya no queda Europa. Europa es como el teatro español, que lleva herido de muerte muchos años pero que no acaba de fallecer. Pero Europa, la Europa que creó el mundo moderno, está agonizando, a punto de recibir la extrema unción... Seguramente la acabará matando la guerra de Ucrania, porque es un asunto de la suficiente gravedad para que lo consiga. Ahora mismo, en Ucrania, se está jugando nuestro destino, aunque los tahúres jueguen con las cartas marcadas. Se trata de saber si los useños seguirán dominando el mundo durante este siglo o los europeos, incluidos los rusos, seremos capaces de quitarnos de encima esa enorme rémora.

Hemos cometido muchos errores. El mayor, bajo mi modesto punto de vista, es que hemos renegado, aborrecido, nuestro pasado, comportándonos como cobardes, como estúpidos. No asumir el pasado es algo que sólo hacemos nosotros. Uno no ve a los chinos, a los mongoles, a los árabes, a los japoneses, a los indígenas mexicanos o peruanos pedir perdón cada cinco minutos por todo lo que hicieron sus antepasados, que las prepararon de todos los colores, incluso más que los nosotros. ¿Qué hicimos tan mal para odiarnos de esta manera? ¿Por qué, sin embargo, todos los refugiados y necesitados del mundo vienen a Europa y no lo hacen, por ejemplo, a China o a Japón, primera y tercera potencia económica del mundo? Si los demás están enamorados del ‘sueño europeo’, ¿por qué nosotros no? ¿Por qué los españoles somos los más exagerados de todos? Los españoles, desde hace un siglo, estamos acongojados, con un complejo de inferioridad que nos impide progresar. Todo lo bueno procede de afuera, todo los malo nació en nuestra tierra. Incluso el humanismo moderno se parió en las universidades de Salamanca y de Alcalá, merced al ‘Derecho de Gentes’, cimiento del Derecho Internacional. Pero ni por esas. Somos los malos de la película, los tontos del cuento, los envidiosos de lo del Norte...

Somos unos desahogados... Nos permitimos juzgar a nuestros antepasados haciendo trampa. Lo hacemos desde nuestra perspectiva, desde el presente. Esto, repito, es hacer trampa. Las cosas se solucionan (o se intentan solucionar) cuando suceden, no doscientos, quinientos o mil años después. Y lo hacemos continuamente, sin ponernos jamás en la piel de nuestros tatarabuelos, y entonces reescribimos la historia, lo cual es vil y mezquino y carece de todo sentido común. El espectáculo del Papa vestido de ‘Drag Queen’, como los ‘Village People’, en su visita a Canadá es delirante. Todo para pedir perdón por los sufrimientos que los católicos causaron a los nativos americanos. ¡Hombre!, razón no le falta, pero si yo, un leonés, tuviera que empezar a pedir explicaciones y disculpas a todos los que nos avasallaron, robaron, esclavizaron y maltrataron a lo largo de la historia, se formaría una cola que daría la vuelta a media España. Que empiecen a humillarse los romanos, los visigodos, los árabes, los franceses, los ingleses y los useños. Pero que lo hagan ya; no tengo ganas de seguir esperando sus disculpas eternamente. Mis antepasados Astures no están ya para recibir sus disculpas, pero yo lo haré en su nombre. ¿Verdad que es una tontería más grande que la Catedral? Pues sí, lo es y no me hace falta que lo hagan para continuar viviendo. El humanismo trae consigo otra virtud que se nos olvida siempre: el perdón. Quién no sabe perdonar es un amargado, un hombre incompleto, resabiado, incapaz de hacer nada medianamente bueno por sus semejantes. Es un mal bicho, una mala persona. Los europeos actuales, hijos de cientos de generaciones y de la mezcla de cientos de razas, no sabemos perdonar. Lo curioso es que no somos capaces de perdonarnos a nosotros mismos. En cambio, sí lo hacemos con los demás.

Hoy es impensable que surja en el horizonte europeo una figura como la de Willy Brandt, canciller de la República Federal Alemana, que acudió a Polonia para pedir perdón por la barbarie de Hitler. También fue a Moscú para hacer lo mismo. Y, durante un corto periodo de tiempo, pareció que en Europa se estaban poniendo los cimientos de una nueva era de confianza y progreso. Todo, sin embargo, ha saltado por los aires. Se ha vuelto a dividir a Europa y a sus pueblos. Se ha vuelto a crear y a fomentar la desconfianza entre los pueblos. Comenzó en los Balcanes, con las guerras entre hermanos que destruyeron una utopía que se llamaba Yugoslavia. Y sigue en Ucrania, con las tremendas consecuencias que todos sabemos. A lo mejor, deberíamos reflexionar un poco. Salud y anarquía.
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