08/11/2016
 Actualizado a 07/09/2019
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Está claro que las huelgas de estudiantes están llamadas a tener éxito siempre. Si a los chicos se les convoca para no asistir a clase, independientemente de que sepan o no qué es lo que se reclama, cualquier disculpa les sirve para ausentarse de las aulas. Ciertamente no van a experimentar ningún descuento de haberes en su inexistente nómina y por lo tanto no tienen nada que perder como no sea un día de clase.

Hay veces que sí aducen algunos argumentos más o menos genéricos a la hora de justificar su protesta, como pueden ser los recortes o las siglas de la ley de educación de turno, que no les convence, aunque, por supuesto, nadie la haya leído. En la más reciente convocatoria había un argumento un poco más concreto: las reválidas.

Quienes tuvimos que hacer dos reválidas, de las de verdad, de tal manera que si no aprobabas no podías seguir estudiando, somos conscientes de que se pasaba mal y que no estaban ausentes los nervios, pero las tomábamos en serio, estudiábamos y en líneas generales se aprobaba, sin que nadie nos regalara la nota. A la larga no era ningún trauma, sino un beneficio.

El problema es que hoy, teniendo en cuenta el ambiente que rodea a nuestros estudiantes, parece casi imposible que una gran mayoría pudiera superar aquel tipo de reválidas. Entonces estudiábamos para aprender. Hoy se estudia para olvidar. No había, como ahora, evaluación continua, sino que a final de curso había que examinarse de toda la materia en cada asignatura, generalmente exámenes orales ante un tribunal. Si por una casualidad supiéramos cuáles iban a ser las preguntas en los exámenes, el diez estaría asegurado. Hoy, aunque se digan con días de antelación las preguntas, son muchos los que no tienen ni idea. Eso sí, teníamos muchas cosas a nuestro favor. No existía la televisión, no teníamos teléfonos móviles ni Internet, ni la play, ni gominolas ni hamburgesas… No es cuestión de añorar viejos tiempos ni de despreciar los presuntos adelantos que ahora tenemos.

Lo que tampoco teníamos era padres tan buenos como los de ahora, de los que saben ponerse de parte de sus hijos en contra de los malvados profesores. Antes los padres siempre daban la razón al maestro y, si éste te castigaba, en casa repetían la dosis. Ahora las cosas han cambiado. Y los profes tienen que andar con pies de plomo. No obstante, algunos deberían tener más en cuenta el refranero: «Cría cuervos y te sacarán los ojos» o, tal vez, aquel otro refrán: «De padres gatos, hijos misines».
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