18/02/2016
 Actualizado a 11/09/2019
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En mi pueblo siempre hemos sido muy revolucionarios, muy comunistas, aunque no del partido. Uno de los muchos ejemplos que puedo explicaros es que en el resto del mundo, incluido el diccionario de la Academia de la Lengua, cuando a un campo se le de deja descansar uno o más años, se le llama «estar en barbecho». En Vegas, como somos como somos, lo denominamos «estar de huelga». «Vete a regar la tierra de la devesa, la que está al lado de la de Tista, que la tiene de huelga».

La huelga es la última defensa que tienen los obreros ante las tropelías de los patronos, sean estos privados o institucionales. La primera huelga de la que se tiene constancia fue una que iniciaron los constructores de la pirámide de Ramses III, allá por el año 1240 antes de Cristo. Protestaban porque estaban pasando hambre, porque no les pagaban el pan y la cerveza con los que subsistían. Fue una lucha organizada en la que intervinieron los capataces, los escribas y los obreros. Ocuparon el templo, lugar sagrado, y al final consiguieron sus objetivos.

En Grecia, como son mucho más cachondos y más listos que el resto del mundo mundial, incluso hoy, promovieron una huelga de ‘coños caídos’. Aristófenes, en su Lisístrata, cuenta como las mujeres, (las más inteligentes de la clase con diferencia), impulsaron una huelga sexual para presionar a los hombres a fin de que terminase de una vez la guerra del Peloponeso. Eran unas pacifistas como Dios manda y no escatimaban, como veis, ningún esfuerzo. La guerra también fue el pretexto por el que los plebeyos de Roma huyeran al monte Palatino, en tiempos de la República. Roma estaba amenazada en varios frentes y ellos, pobres, sólo podían hacer fuerza para conseguir sus objetivos de igualdad con la huelga de ‘Pilum’ y de espadas. El poder romano los necesitaba como carne de cañón y por eso comenzaron a ceder alguno de sus muchísimos privilegios.

Como veis existen mil formas de hacer huelga, pero todas parten del mismo axioma: conseguir fines legítimos.

Desde la revolución francesa hasta los años 80 del pasado siglo, la huelga fue utilizada como arma reivindicativa y como arma política. En esos años, Reagan, Thatcher, Kohl, Craxi y González consiguieron destruir a los sindicatos, instrumentos con los que los obreros influían en las decisiones laborales y políticas en los estados democráticos. En los estados comunistas no hizo falta hacer nada: como el partido y los sindicados eran uno, grande y libre, hacían de su capa un sayo y ya sabéis como terminó todo.

Hoy, en España, hace falta una huelga general como el comer. Pero no se va a convocar. Los proletarios, (todos menos los empresarios y el Estado), no confían en los sindicatos y sí en partidos de corte populista para vencer las resistencias a la igualdad, la solidaridad y la libertad. Enorme error: los partidos defienden una cosa, conquistar el poder, y los sindicatos defendían a los currantes, que no tienen nada que ver con el poder. La huelga, al fin, es la única arma que le queda al obrero para poder intenter sobrevivir. Todos, menos los empresarios de postín y los políticos, somos obreros. Y hoy es más necesario que nunca que demostremos nuestra unidad y nuestra fuerza. Pero, por favor, que no ocurra como en las tiras de Mafalda: «Pensé que había huelga, pero los idiotas han salido a trabajar».

Salud y anarquía.
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