Hucha y hornacina

25/01/2019
 Actualizado a 14/09/2019
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Muchas veces el pasado esplendoroso de un pueblo está escrito en sus iglesias, sus retablos, su imaginería o los obispos y letrados hijos del pueblo. Podría ser el caso de Lois, el lugar de la Cátedra y la Catedral, con latines en sus vidas, con sus dómines, con su retablo y fachada, madera y piedra y sus casas con historia.

Y por esas casas, cuando estaban habitadas, pasaron durante décadas –como por toda la provincia– aquellas capillas domiciliarias, hornacinas con una imagen dentro, preferiblemente una Virgen y una ranura visible para que la urna también fuera hucha con la que los vecinos colaboraran a los gastos parroquiales.

Pasaba una jornada en cada casa y al día siguiente cada vecino sabía a quién le correspondía recibirla, abrir sus puertas, colocarla en la trébede y, según la devoción, hacerle algún rezo en familia antes de la limosna.

Era una cosa femenina la de la capilla domiciliaria, a las mujeres de la casa se les encargaba mantener la tradición y la devoción, pues, aunque venía de antes la costumbre, en aquellos años 40, 50 o 60 de su esplendor ellas eran a las que se otorgaba el rol de guardianas de las esencias.

Han ido desapareciendo, quedan muy pocas, muchas casas están vacías, las mujeres están en otras historias...

Y las capillas descansan allí, donde el pasado está escrito.
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