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Hospital y tesoro

19/07/2015
 Actualizado a 19/09/2019
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El sol provoca sequías. No sólo de escasez de agua sino también de buenos temas en las redacciones. Aparecen los calores de julio y agosto, les siguen las vacaciones y ya tenemos asegurados unos cuantos días en los que echarse una noticia o reportaje a la boca y al teclado resulta harto difícil.

Dicen que de bien nacidos es ser agradecidos. En ese caso, gracias a Alfonso Martínez, compañero en esta santa casa y como ya sabrán ustedes, excelente periodista. Ahora mismo debe estar en su adorado Redipollos, ese rincón y remanso de paz del que siempre presume y al que un servidor, deudor de tantas cosas, tiene que rendir todavía obligada visita.

El caso es que hace unos días andaba yo con la pierna izquierda arriba y abajo sin parar, movimiento inconsciente del nerviosismo provocado por la falta de ideas. Don Alfonso, siempre al rescate, tuvo a bien iluminarme con una propuesta irrechazable. El Hospital Veterinario de la Universidad de León.

No tengo intención de comentar aquí las polémicas que han rodeado al centro en los últimos años. Ni tampoco quiero ponerme pesado, que el correspondiente reportaje todavía no se ha publicado. Pero en la tarde de sábado en la que están escritas estas líneas, mi cabeza seguía todavía en el interior del Hospital, cuyas instalaciones pude visitar y conocer de primera mano durante el viernes. El destino de esta columna de domingo, 19 de julio, no podía ser otro.

Intuía la excelencia y me quedé corto. Un inmenso espacio es el que abarca los quirófanos, los dispositivos de diagnóstico de última generación, la enfermería, las zonas de convalecencia, las alpacas para los equinos, el instrumental esterilizado… Y así un largo etcétera.

Lo que resulta inabarcablees la profesionalidad que se respira. Más allá de la sabia dirección que parece ejercer el profesor Juan Carlos Domínguez Fernández-Tejerina, la pasión por su trabajo quedaba patente en las explicaciones del personal que me enseñó con paciencia cada rincón del Hospital. Una joya de la que, visto lo visto, más promoción deberíamos hacer todos los leoneses a los que tanto nos gusta presumir de lo nuestro.

Durante mi estancia en el Clínico Veterinario pude ver cómo un caballo se despertaba de la anestesia después de haber sido operado de una de sus patas, o cómo un perro se debatía entre la vida y la muerte después de haber sido atropellado (aquí, una lágrima quiso rodar por mi mejilla. La detuve a tiempo).Entre animales pude sentir mi humanidad como llevaba tiempo sin hacerlo.
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