04/06/2022
 Actualizado a 04/06/2022
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Así suelen ser en las películas distópicas: edificios altisísimos, calles abarrotadas, cientos de luces, aire pesado, ningún árbol. Son las ciudades de un acelerado futuro de hormigón.

No han llegado todavía a nuestras ciudades ni los replicantes ni los coches que vuelan, pero en muchas -en todas, diría, y sobre todo en las más grandes- hay lugares parecidos: plazas sin una sombra, lugares de paseo sin bancos para sentarse, barrios periféricos encerrados en sí mismos, al otro lado de autopistas como heridas sin suturar, edificios iguales cuya multiplicación ante los ojos marea como un mal vino.

Losintereses por los terrenos sin construir -o que pueden ser destruidos y reconstruidos- forman parte de las pesadillas de muchas ciudades. Y de los sueños de oro de algunos. Con las peleas de empresarios de la construcción se pueden escribir tramas como las de ‘El padrino’, pero más cutres y con menos tarantellas.

Hay muchas maneras de pensar las ciudades y de vivirlas, pero en todas tiene una importancia clave lo compartido: los parques, las plazas, las calles, que deben ser lugares de encuentro. La ciudad es un organismo complejo. Son miles de seres humanos haciendo sus vidas, por lo que no siempre responden como se espera a los planes e intereses de urbanistas y de constructores. Un ejemplo a mano: la desmesurada Torre de La Rosaleda de Ponferrada.

En el muy interesante documental ‘Citizen Jane’ aparecen dos formas muy diferentes de mirar a la ciudad, en este caso a una casi mítica: Nueva York. Son dos formas opuestas que se pueden considerar desde una perspectiva óptica. La ciudad desde arriba, una sucesión de calles y de edificios, como vista sobre un plano, que era la forma en la que la veía el superpoderoso urbanista Robert Moses. Y la ciudad desde abajo, paseando por sus aceras y conociendo la vida y el pálpito de los barrios, como la concebía la escritora y activista Jane Jacobs. Dos maneras de pensar y de sentir que, aunque hubiera sido ideal que se conectaran, no podían ser más divergentes. Las reflexiones que nacen de ese contraste siguen siendo válidas.
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