09/04/2022
 Actualizado a 09/04/2022
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La borrasca resfría los árboles a los lados de la autopista y estalla con furia contra el parabrisas del coche. Voy en busca de un horizonte abierto, el del Atlántico, cruzado por vientos y charranes. Quiero refrescarme los ojos en el azul, aunque esté picado por la lluvia.

Pero llego y hay un sol que cae hilo a hilo del borrón de las nubes. Un viento fuerte despeina las olas. Ahí está el mar. Siempre parece a la espera.

Apenas unas horas en coche y es como si aquí, ahora, hubiera una lejanía sideral respecto a algunas cosas. Pero no. En realidad no, nunca.

Otro viaje: un libro. Junto al azul empiezo a descubrir la vida de Catalina Fernández de León, hija de un boticario de un pueblo imaginado del Bierzo: La Villa. En las primeras páginas, Catalina abandona la seguridad del autobús que la lleva a la facultad en la que estudia Farmacia para echarse al avispero de la calle, donde protestan los estudiantes.

El año es 1929 y los estudiantes hacen huelga contra Primo de Rivera. Y pienso que siempre están ahí, en algún momento, ellos: los dictadores, los autoritarios, los que dicen patria en la misma frase que dicen muerte, que dicen yo, que dicen ruina. Y, a pesar de todo, Catalina sale del autobús.

Ruth Prada creó a esta Catalina y la escribió entre Madrid y el desván de su casa en Vega de Valcarce. Catalina es una de ‘Las modernas’ de las que habla el título de este libro: aquellas primeras universitarias que podían dejar sus pueblos o ciudades pequeñas e irse a Madrid gracias a la acogida que tenían en la Residencia de Señoritas que dirigía María de Maeztu. Eran muy pocas.

Muchos de los nombres de aquellas mujeres no son conocidos, los de la mayoría. Pero algunos han quedado, como los de la pintora Delhy Tejero o la abogada, escritora y periodista Josefina Carabias, a las que Catalina conocerá en la residencia. En ella dieron clases otras mujeres tan destacadas como María Zambrano y Maruja Mallo. Todas ellas encontraron allí un horizonte más abierto, más azul. Hasta que llegaron los nubarrones de la Guerra Civil y la residencia se cerró en 1939. Y esto conviene recordarlo: siempre se puede ir hacia atrás.
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