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Honra a Collins

02/05/2021
 Actualizado a 02/05/2021
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Este miércoles murió Michael Collins, componente de la tripulación que alcanzó la Luna en 1969 y el único que no caminó sobre ella. Hace doce años, con ocasión de un aniversario redondo, escribí unas líneas sobre él, más o menos estas.

Los titulares que alimentan hemerotecas y libros de historia de vocación panegírica encumbran a Colón, a Elcano, a Armstrong como si hubieran viajado solos. Las proezas demandan siempre nombres y apellidos, un rostro, una personalidad, por figurada que sea. Pero hay mucha gente que trabaja duro y bien para alcanzar cualquier logro y no suele aparecer en las letras de imprenta. Incluso hay personajes a los que los acontecimientos les reservan un papel que nadie querría. Es el caso de Michael Collins, el único de los tres tripulantes del Apollo 11 que hubo de quedarse mirando por la ventanilla la superficie lunar. Nadie puede, salvo el propio Collins, saber qué pasó por su cabeza en aquellos momentos en que incluso llegó a reclamar a micrófono abierto un poco de atención a su inmensa ansiedad orbital. Pero la misión no hubiera sido posible sin su «sacrificio» y el de todos los miles de implicados en esa «gesta», y en todas las precedentes. De la misma manera que todas las misiones, grandes o pequeñas, no llegarían a puerto sin el trabajo eficaz y silencioso de los muchos ‘collins’ que en el mundo no reclaman la atención de los focos, ni las lustrosas medallas del reconocimiento público, hueco artificio las más de las veces.

Gente gracias a la cual un país funciona. Son ellos los que sostienen la fatuidad pomposa de muchos nombres propios y su palabrería, quienes han pechado o tendrán que pechar con las ocurrencias y disparates de los que mandan y figuran, quienes, a la sombra modesta de una vida como cualquier otra, sacan adelante a los suyos y, de vez en vez, deben morderse la lengua para no dejar al descubierto a aquellos y no acabar con la aureola caliginosa de ciertos «elegidos». Tampoco esa gente común es heroica ni lo pretende, pero sí los actores auténticos de la historia, de la mejora de las condiciones de vida, del cumplimiento de sueños y el padecimiento de pesadillas. Lo dijo Bertolt Brecht (Preguntas de un obrero ante un libro, 1934): «Tebas, la de las Siete Puertas, ¿quién la construyó?/ En los libros figuran los nombres de los reyes./ ¿Arrastraron los reyes los grandes bloques de piedra?...../ El joven Alejandro conquistó la India./ ¿Él solo?/ César venció a los galos. / ¿No llevaba consigo ni siquiera un cocinero?/ Felipe II lloró al hundirse/ su flota. ¿No lloró nadie más?....»

Cuando nuestro tiempo se entrega a famas y notoriedades de campanario, a la admiración majadera de personajillos y la exaltación de personajes fachosos en todos los ámbitos de la vida pública, incluido el relato del pasado, quizás sea preciso recordar que el mundo se construye gracias a los ‘collins’, aunque la gloria, ese capricho, sea para los ‘armstrong’.
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